05/02/2024
REQUIEM PARA LOPECITO
Me crié en Brian, un barrio que ya no existe: los que viven de aquel lado ahora dicen que son de Ramos Mejía y los de este otro, que son de Villa Luzuriaga. Decíamos que éramos de Brian (no "Braian", Brian como suena) y lo decíamos orgullosos, como si el nombre nomás metiera miedo. Si esto alguna vez fue posible, seguro fue por tipos como Lopecito.
López era áspero, pequeño y oscuro como esas piedras de las vías frente a las que vivíamos y ya de chiquito, pasaba junto a nuestro potrero con aire desafiante, aunque por alguna razón nunca fuimos presa de sus famosas pedradas. Ya en ese entonces, 8, 9 años, nos teníamos una especie de respeto y nos saludábamos como los perros, con un gesto de cabeza, sin hablar ni mucho menos sonreír.
Tendríamos doce cuando un tal Fernando -un cheto que sí era de Ramos- lo molió a palos y se relajó pensando que había ganado. Lopecito despertó de golpe y de un mordisco le arrancó una tetilla. Ya andaríamos por los 15 cuando la vez que los más grandes lo echaron del pool de América y Zapiola a palazos y él volvió todo roto pero con un revólver. Así era Lopecito, casi invencible, un demonio.
Una vez, ya en los 90's -huevones grandes y pelilargos-, yo intentaba sacar de un antro a una amiga demasiado puesta y a punto de ser comida por tres monos enormes. El lugar era Blue's, sobre Gaona, una roquería estrecha como un kiosco. Conseguí sacar a Paula a la vereda pero los grandotes se me venían encima. Parado y fumando junto a la puerta vi a López, como siempre ensimismado en su cigarro. Leyó en un instante la situación, nos hicimos el saludito de cabeza y mientras los tipos iban saliendo en fila a la vereda, Lopecito los fue sirviendo como si se tratara de reses en un matadero. Una masacre en la que yo no tuve ni parte, fui simple testigo. Justo enfrente estaba parado un patrullero con un sargento viejo conocido por todos. Displicente ante la matanza, el cana desde el auto nos decía "muchachos, no se peguen". Sin poder creer mi suerte puse pies en polvorosa, no sin antes hacerle el saludo acostumbrado a Lopecito, que siguió fumando como si a sus pies no estuvieran estos tres juntándose los pedazos del piso.
Años después me lo encontré en el 172 y fue la única vez que nos dimos la mano y cruzamos dos palabras. No hubo tiempo de agradecerle, pues cuando abrió la boca fue para decirme que recién había salido. No pregunté más, ni agradecí lo de aquella vez en Blue's. Tampoco lo volví a ver nunca más.
El lunes pasado mi hermano Flavio me contó que saliendo del trabajo (había dejado la falopa y laburaba de mecánico) López se subió a la moto y antes de ponerse el casco, quedó seco ahí mismo, sentado como un jinete. No he podido dormir pensando en Lopecito desde ese día hasta ahora que lo bajé a un dibujo, quizá sin hacerle el suficiente honor. Vaya mi rezo para que el infernal Lopecito, quien fuera por una vez mi ángel salvador, por fin descanse en paz. Un abrazo, hermano.