11/06/2020
Los Jardines de la Tropical
La Habana
La estrategia comercial más efectiva de la primera mitad del siglo XX en Cuba fue la construcción de Los Jardines de La Tropical, frutos de una extraordinaria industria hispano-cubana que estimuló el desarrollo fabril en Cuba con su empeño y su acertada política económica, por lo cual alcanzó gran excelencia, dentro y fuera de Cuba, con sus productos y servicios. Su concepción y desarrollo se le debe a la familia Herrera, dueña y accionista principal de La Tropical
Así, Cosme Blanco Herrera, entonces presidente de la compañía, compró La Tropical, antigua propiedad de Andrés Fernández, la cual amplió y modernizó, inaugurándola en 1897 y produciendo una cerveza de excelente calidad.
El carácter ornamental estético de la vegetación y sus componentes arquitectónicos sigue la belleza natural rústica de Los Jardines. Prevalece la presencia de árboles frondosos maderables, frutales y medicinales, muchos de los cuales constituyen valiosas especies endémicas.
Uno de los principales salones de baile fue construido alrededor de un árbol de mamoncillo de 200 años de antigüedad, del cual tomó su nombre en señal de admiración hacia la madre natura. Proporciona a la ciudad un agradable espacio natural de disfrute público, prácticamente exclusivo de la capital; junto a ello su hermoso diseño introduce en Cuba el estilo modernista, tanto para la arquitectura como para el paisajismo.
El diseño le pertenece al maestro de obras catalán Ramón Magriñá, por lo cual presenta huellas indiscutibles de los jardines orgánicos españoles.
Entre la barra de cerveza y el río se ubica un elegante mirador a manera de saloncillo reservado, desde donde los propietarios observaban con sus huéspedes más distinguidos las regatas en el río Almendares o las fiestas que acontecían en el salón Mamoncillo.
Se diseñó una capilla, dedicada a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, y en ellas se hicieron las primeras bodas entre blancos y negros y mestizos. Además, su amplia superficie de 297 mil 154 metros cuadrados reservaba un espacio natural de enorme utilidad dentro del creciente barrio industrial de Puentes Grandes.
En los Jardines de la Tropical se celebraban romerías, matinés, giras (bailables) organizadas por sociedades españolas. No obstante, los otros “grupos de descendencia” (como se les llama ahora a las razas), también alquilaban días de la semana para los bailes más populares y trascendentes.
Se vendían empanadas para degustar la cerveza fría. Algo muy peculiar, el bailador cubano era muy elegante, aunque estos salones al aire libre servían para que la gente fuera más espontánea, sin frac, ni vestidos lujosos. Todo era muy deportivo. Ya en los bailes de gala, se utilizaban los trajes de dril cien, hacendado, guayaberas de hilo, zapatos de dos tonos de glasé, sombrero de jipi japa, vestidos de piqué, olán de lino”, diserta.
En la primera etapa, para los inmigrantes de herencia hispánica, se ofrecía música foránea: pasodobles, charlestón, onestep, fox-trot. Después llegan los danzones de Antonio María Romeu, Arcaño y sus Maravillas, Belisario López, Cheo Belén Puig…