22/10/2021
UN FIN DE SEMANA EN LOS OCHENTAS
A pesar de que algunos jóvenes estudiábamos en Ambato, Quito o Riobamba, no podíamos dejar de retornar, cada viernes, en la tarde, noche o madrugada, al seno de nuestra acogedora tierra. Desde el instante mismo que nos bajábamos del bus “llamingo” o “lagartija”, nuestras mejillas sentían al primero de nuestros anfitriones, al aire puro y sublime que resulta de unir los cálidos, aromáticos y húmedos vientos amazónicos, con los soplidos gélidos, secos y profundos que bajan desde los páramos de Mintza, de sus lagunas, de la Mama Tungurahua. Comenzábamos a caminar y automáticamente nuestro ritmo se hacía cadencioso; nuestro subconsciente percibía que ya no estábamos en las avenidas de la urgencia, del atraso, del apuro; estábamos en las calles recién pavimentadas que eran áreas de juego para los niños y vías casi exclusivas para peatones, quienes nos dábamos el lujo de transitar, enseñoreados, por la mitad de ellas. Siempre fue grandioso e inigualable el encuentro con los padres y parientes que nos tenían un cúmulo de novedades y chismes del pueblo y de la familia. Como éramos adolescentes, una vez actualizados de información, enseguidita salíamos al encuentro con los amigos y amigas. En mi caso particular, en épocas que tenía enamorada, la mayor parte del tiempo pasaba con ella, quien, incluso, me iba a despedir en el Terminal los domingos en la tarde. Pero cuando estaba “solterito” mi rutina de los sábados empezaba a las 6 de la mañana prendiendo la radio para escuchar muy buena música ecuatoriana y latinoamericana a través de la inolvidable, rockera y popera, Radio Pichincha, 106.1 y 100.9 en FM. Luego de desayunar, por lo general nos reuníamos en la sala de mi casa con mi gran amigo Luis Eduardo Pacheco, para escuchar, a todo volumen, en el equipo 3 en 1 marca Deltronic, las novedades musicales que durante la semana habíamos adquirido, en acetatos o cassettes, para nuestra colección de rock, pop y variedad de géneros. Entre las 11 de la mañana, usualmente, nos dirigíamos a las piscinas de “El Cangrejo” para toparnos con los panas, para tomar unas cervezas en medio del sol, para refrescarnos en esas cristalinas y mineralizadas aguas y para admirar a las guapas chicas que se daban cita en este balneario. Entrada la tarde, y para no desviarme de mi melomanía, sintonizaba, con cassette SONY en mano, ese programa único denominado “Música para grabar” en la fabulosa F.M. ambateña que se llamaba Radio Eco, de propiedad del poeta e intelectual ambateño Edgar Castellanos Jiménez. Luego de ello, bien vestidito, salía con mi hermana, con mis amigos o mis primos a pasear por la calle Ambato. En la esquina de la Halflants se les podía ver reunidos, chachareando, vacilando a las peladas, escupiendo al piso, a la jorga de “Los Vagos de la Esquina” que después se autobautizaron como “Los Ángeles”; En la otra cuadra, de la doña Martita Fierro, sentados en una banca siempre se le hallaba a otro grupo de guambras inquietos que después formaron el club “La Vanka”. De igual forma, a pocos metros de ellos se les veía en los “Tragos al paso” a gr**gos y a algunos de “Los Globaers” cerveceando y tomando exquisitos cócteles preparados por el famoso “Viringo”. Siguiendo la ruta del ¨tontódromo¨, llegábamos al Parque de la Basílica y nos topábamos, en su interior, con un tumulto producido por gente, de todas las edades, baneños y turistas, que aplaudían, gritaban y gozaban admirando la habilidad dancística y acrobática de un grupo de jóvenes de nuestra tierra que bailaban, para deleite del público, un complicado y vistoso ritmo de moda en los 80s, cuál era el break dance, género nacido en la cultura hip-hop de las calles de Estados Unidos de Norteamérica. Estos artistas baneños que nos regalaban un espectáculo único e irrepetible hasta hoy, quienes, incluso, llegaron a competir y ganar en concursos de este tipo de baile que en ese tiempo se realizaron en Puyo, Ambato y nuestra ciudad, tenían su base en una agrupación de adolescentes autodenominada ¨The Eagles¨. Ellos eran una treintena de miembros, entre los que recuerdo a Fausto Naranjo, Richard García, Richard Becerra, los hermanos Iglesias, el Tascahuesos, Oswaldo Moreno, Ángel Cárdenas, entre otros entusiastas y soñadores coterráneos ochenteros. En plena esquina de la Rocafuerte y 16 de Diciembre estaban los “Búhos Grisses”, hombres y mujeres jóvenes que charlaban y reían escuchando las melodías de la Rockola de la familia Sánchez, cuando no había una fiesta o humorada bailable en su propia pista situada en este punto. También, fuera del Hotel Guayaquil, sentados en la vereda, era muy común el verlos, pasando ratos alegres, a la Lore Velástegui con amigos y amigas, junto a su automóvil Cóndor color verde aceituna. Subiendo por la misma Rocafuerte, el exterior del clásico Hotel Danubio era el fortín de la gallada del Marco López, del Calocho y del Paco Sánchez, de los Inca, del Jorge Gamboa, del Gonzalo Espín, del Vinicio Valverde y de sus novias y amigas. Así eran las tardes del sábado en nuestro pueblo; tardes repletas de color, de risas por doquier, de algarabía y camaradería, de amistad y de paz. Mientras eso sucedía, el Pacho Chávez se daba las vueltas en su camioneta Toyota amarilla, inspeccionando y monitoreando a todos y todas, y su hermano, el muy recordado y querido Wilo, vestido totalmente de negro, con chaqueta de cuero y gafas oscuras, paseaba elegante y siempre bien acompañado en su “carro fantástico”, con música de Ozzy y Black Sabath a todo volumen, poniendo un toque especial al ambiente urbano y convirtiéndose en un atractivo, incluso para los turistas que llegaban a Baños. Por estos detalles sus amigos, que le querían muchísimo, se referían a él como Michael Knight, protagonista central de la famosa serie ochentera norteamericana “El Auto Fantástico”, ya que el vehículo antes mencionado era una muy buena copia del de la serie televisiva.
Era un verdadero deleite caminar hasta el sector del Montalvo y entrar al flamante Regine´s Café Alemán, de Dietricht y Regina, atentos y amigables germanos que nos hacían degustar sus sánduches, su buen café, sus postres y sus diversos platos llenos de exquisitez. En la noche de sábado o domingo -cuando había como quedarse un día más- era placentero ir con la pareja a cenar una gran “Oreja de Elefante” o una rica pizza en “El Rincón de Suecia” cuyos amables propietarios eran, el sueco Börje Andersson y nuestra compatriota Patricia Góngora. ¡Qué delicia de recuerdos!
Los sábados a las 5 de la tarde me gustaba mucho ver, por Teleamazonas, la hora de National Geographic, promovido por Fundación Natura, la cual hablaba acerca de ecología, del cuidado del ambiente, de la armonía entre ser humano y naturaleza, entre otras cosas. Irónicamente este interesante programa era auspiciado exclusivamente por la compañía petrolera Texaco. Y, a partir de las 6, no podíamos faltar a la cita en TC con Oswaldo Valencia y su ¨Tren del Alma¨ para el recuento de los mejores videos musicales de temporada.
Ya en la noche, después de visitar a mis abuelitos, salía a la bohemia. Por lo general el circuito iniciaba en Las Canelas que se ubicaban en lo que hoy es el Pasaje Artesanal Ermita de la Virgen. Señoras que preparaban naranjilladas y canelazos servían estas bebidas a sus clientes que estaban sentados en largas bancas de madera. Allí se charlaba, se contaba cachos, se veía pasar a la gente por el “tontódromo”. Entre los bebedores estaban también turistas extranjeros y guías baneños que habían llegado de la Selva o del Tungurahua y que deseaban relajarse y calentar su espíritu con estas riquísimas bebidas típicas. Era muy común, también, verle estacionado, allí, al auto negro del Wilo quien, junto a Gonzalo Reyes, Oswaldo Álvarez y otros de su grupo, muy generoso invitaba a sus panas estos dulces tragos. Después de esta parada, unas veces nos íbamos a la Burbuja Disco; otras al recién inaugurado Hard Rock del Lenin y el Roberto; a mí me encantaba frecuentar el primer pub de Baños, el exclusivo “Donde Marcelo”, de propiedad del innovador y visionario emprendedor turístico Marcelo Córdova, sitio de un ambiente especial y refinado, tanto por su decoración como por su música y la oferta de cócteles. Cuando era época de monas, solíamos ir a la pista de los Búhos o a la Salsoteca del Marco. En un par de ocasiones terminé, en compañía de amigos y amigas, en una gran farra, con whisky, vino y buen heavy metal en el legendario “cuarto del Wilo”, personaje quien, luego de su prematura muerte, se convirtió en una leyenda urbana de nuestro pueblo mariano.
Recuerdo, además, con mucho contento, pasajes sabatinos nocturnos de mi niñez y juventud que los pasé muy entretenido en los corredores y balcones del Colegio Oscar Efrén Reyes, mirando los emocionantes partidos de básket e indor fútbol de los esperados campeonatos vacacionales. Resulta muy difícil describir las inéditas e irrepetibles sensaciones que los jóvenes advertíamos en esas noches deportivas; y es que no solamente la atracción eran los cotejos reñidos y sus protagonistas -hombres y mujeres- sino también el hecho de que este espacio se convertía en el punto ideal de encuentro de las parejas de enamorados o de potenciales vaciles y romances. Algo peculiar era también la música de temporada que sonaba en altavoces alrededor de la cancha, amenizando y dando un marco surrealista, tanto a los juegos de gritos, goles y aros, como a los juegos de miradas, abrazos y besos apasionados que se llevaban a cabo en los rincones oscuros o en las aulas abiertas a la penumbra, aledañas a los patios.
Los domingos eran más relajados y dedicados a la familia. El desayuno siempre se componía de manjares incomparables: caldo de puzún de la familia Silva, tamales de fritada de la señora Carrillo u hornado con tortillas de papa de la familia Chávez; después se escuchaba por radio o se veía por Teleamazonas el fútbol nacional desde el Estadio Atahualpa de Quito, con los comentarios del Dr. Marcos Hidalgo, quien, al igual que otros dinosaurios de la prensa ecuatoriana, tales como Alfonso Espinoza de los Monteros, Carlos Vera y Diego Oquendo, se mantienen vigentes desde aquellos tiempos hasta hoy (2021),sin que den señal alguna de que se vayan a retirar, para descanso nuestro.
Después del delicioso almuerzo preparado por mi madre tocaba hacer maletas; poner nuevamente los cuadernos y libros que no sé porque los traía a Baños si jamás los tocaba. La despedida nunca dejó de ser triste y el sonido juguetón de las bolas de fierro, que chocaban en la calle frente a la casa de los abuelos, eran los campanazos que indicaban que el fin de semana había terminado para mí.
TEXTO. Edwin Vieira H.
FOTOGRAFÌA. Grupo de Break Dance del Baños ochentero. Cortesìa de Richard Becerra