13/05/2016
LA CABALLADA – MUSEO DE LA TRINIDAD
Este domingo, celebramos la Caballada de Atienza.
La Caballada es la fiesta más emblemática de Atienza. Se celebra cada Domingo de Pentecostés desde hace 854 años, siendo la fiesta más antigua de Castilla. Su historia y tradición están relacionadas muy estrechamente con nuestra iglesia-museo de la Trinidad. Y es que la cofradía protagonista de la fiesta, Cofradía de la Santísima Trinidad o, llanamente llamada, de la Caballada, fue la precursora de la construcción del templo en el siglo XIII. Además, en esta iglesia se alberga el museo de la Caballada.
HISTORIA DE LA CABALLADA
Un evento de gran relevancia en la historia de Castilla es el origen de esta curiosa fiesta. Los grandes protagonistas de esta historia son Alfonso VIII de Castilla y los arrieros de Atienza. Intentaremos contarla de la forma más sencilla y amena, como si de un cuento se tratara.
Alfonso VIII ha pasado a la historia con muchos apelativos, tales como el bueno, el de los Fueros, el más conocido de todos, el de las Navas (aduciendo a la célebre batalla de las Navas de Tolosa), mas aquí en Atienza se le recuerda como el Rey Niño y , a continuación, descubriremos el porqué.
Alfonso hereda el trono de Castilla con tal sólo dos años de edad cuando su padre, Sancho III, muere el 31 de agosto de 1158. La situación se presenta delicada para el reino: Siendo tan pequeño el monarca, huérfano de padre y madre (que murió durante el parto) y con una nobleza ávida de poder que se disputaba su tutela, se abre un periodo de inestablidad política y de banderías.
Por entonces, los Lara y los Castro eran las dos familias nobiliarias más destacadas del país. Gutierre Fernández de Castro, a priori y por voluntad del rey finado, había obtenido la tutela del pequeño y con ella, el derecho sobre las rentas de muchas plazas y fortalezas castellanas. Los Lara, no conformes, se levantaron en armas. Ya tenemos pues, dos bandos enfrentados que enfrentarían, a su vez, a muchos pueblos y ciudades de Castilla. Atienza, concretamente, apoyó la causa de los Lara, que tenían la mayor parte de sus posesiones repartidas por las cercanas tierras de Soria.
Tras unos meses de conflicto, Gutierre se avino a entregar el niño a un “neutral”, al conde y alférez de Castilla, García Garcés de Haza. Pero éste resultó no ser tan neutral y entregó el niño a Manrique de Lara. Vaya que, ahora eran los Castro los desagraviados y, ya mu**to Don Gutierre, sus sobrinos continuaron la lucha. Para colmo aparece en la escena el rey de León y tío de la criatura, Fernando II. Los Castro le pidieron que interviniese y el leonés no se hizo de rogar, no iba a desaprovechar la oportunidad que le brindaban de hacerse con la tutela del niño y de paso, el dueño temporal de Castilla.
Las tropas de León, más numerosas que la de los Lara, penetraron en Castilla y diversas ciudades se entregaron sin lucha . Esa misma conducta fue tomada por Atienza, donde Fernando II pasó parte del invierno de 1162-63.
Como los Lara no podían oponerse a las fuerzas leonesas, se avinieron a negociar. Las negociaciones se llevaron a cabo entre Atienza y Medinaceli, mientras que el niño, ya con siete años, residía en Soria, custodiado por los feligreses de la Parroquia de Santa Cruz. Finalmente, Manrique prometió al rey de León que le entregaría el niño y el leonés confiado se lo creyó.
Las crónicas dicen que Fernando llegó a Soria en abril de 1163 y las cosas transcurrieron de esta guisa: el Concejo amedrentó al pequeño Alfonso que cuando vio a su tío, rompió a llorar. Suponemos que le dirían al niño que el leonés era un señor muy malo. Manrique excusó al niño diciéndole a Fernando que lloraba porque tenía hambre y dispuso para que se llevaran a Alfonso y le dieran de comer. Al rato, Fernando exige la presencia del niño y entonces le dicen que estaba durmiendo la siesta y mejor no molestarlo para que no cogiera otro berrinche. Más tarde, el propio Manrique se hizo el sorprendido cuando les vinieron a anunciar que habían raptado al niño.
Todo había sido maquinado por el Lara, y Alfonso ni comió ni se echó la siesta en Soria. Alfonso había abandonado la ciudad, conducido por el caballero Pero Nuñez, camino de San Esteban de Gormaz. Manrique continuó con su pantomima y muy airado mandó a su hermano Nuño a San Esteban, para que se hiciera con el niño y lo devolviera a Soria. Nuño no hizo lo propio, claro, si no que se lo llevó a plaza más segura, de castillo inexpugnable, es decir, nuestra Atienza.
Al cabo de unos días, ya tenenos al rey de León con sus huestes plantado en las inmediaciones de la Villa. Creía el leonés que aquí se le haría entrega del chico sin mostrar resistencia. Pero muy al contrario, los atencinos le cerraron las puertas. Fácil le hubiera resultado conquistarla, pues sus murallas no eran muy sólidas en aquella época, claro que Alfonso estaba en el castillo, casi imposible de tomar. Fernando decidió sitiar la ciudad. No fue un sitio muy riguroso, permitía que los labriegos salieran a atender sus campos y los mercaderes o arrieros partieran a vender sus mercaderías; sólo procuraba que ni milicias ni avituallamientos entraran procendentes de los pueblos vecinos.
Los de Atienza mantuvieron el porte durante unos días, pero la ayuda de los Manrique, a los que se había avisado, no llegaba. Cuando los víveres escasearon, las campanas repicaron convocando Concejo. Había que buscar una solución, que no pasaría ni por morir de hambre ni por rendir la Villa. Unos representantes de los arrieros o recueros (mercaderes, que hoy diríamos), que por entonces ya formaban cofradía, se presentaron a la convocatoria y expusieron su preconcebido plan. No exento de peligros, el Concejo, sin mejor ocurrencia, lo aceptó.
La mañana de Pentecostés de aquel 1163, un grupo de arrieros salieron por la puerta de San Juan o Arrebatacapas montados en sus mulas y caballos. Uno a caballo portaba a Alfonso disfrazado con las mismas vestiduras arrieriles. En la fuente que hoy llamamos de la Salida, abrevaron la caballería y pasaron el control de los Leoneses que los trataron con indiferencia. Cuando ya avistaban la ermita de la Estrella, a casi dos kilométros de distancia, los arrieros se dieron cuenta que un tropa leonesa, procedente de la ciudad, venía a darles alcance. La situación no podía ser más apurada, pero buscaron nuevamente una solución. Mientras que unos pocos arrieros, con el niño acuestas se internaron en la espesura del bosque, otros mandaron al santero que sacara la Virgen, se dividieron en dos grupos y comenzaron un torneo a la morisca con sus varas arrieriles. Los leoneses pensaron que sería tradición de aquella gente antes de iniciar la partida y los dejaron hasta que acabaran el torneo y uno a uno presentara sus respetos a Nuestra Señora de la Estrella. Luego parlamentaron tranquilamente con ellos y al no ver nada extraño, les dejaron reanudar el viaje.
El plan consistía en llevar al niño a ciudad segura. Según la tradición, después de siete jornadas, los arrieros llegaron a Ávila donde entregaron al niño sano y salvo.
Fernando no tomó represalias contra la ciudad, aunque tampoco desistió en su afán de cobrar la tutoría del rey de Castilla. Más de dos años duró la pugna y siguieron Castros y Laras combatiendo. Manrique murió en combate en 1164, pero por ello los Lara no perdieron la tutoría. Su educador, el obispo de Sigüenza, don Cerebruno, dispuso que el niño, ya con 10 años, saliera de Ávila y ante su presencia, las ciudades tomadas por los Castro se entregaran. Así es como acabó pacificándose el reino y como acabó uno de los episodios más apasionantes de la historia de Atienza.
Las crónicas de la época no se refieren a esta historia tal como se ha relatado. Reconocen la estancia del joven monarca en Atienza, pero no el ardid de los arrieros. Son historiadores posteriores, del XVI, los que empiezan a hacerse eco, amparándose en la tradición, los relatos que por aquí se contaban. Fuera como fuese, historia o leyenda, desde entonces, la Cofradía de recueros y mercaderes ambulantes de Atienza celebran esta festividad todos los Domingos de Pentecostés. Alfonso VIII, ya de mayor, pasó varias temporadas en Atienza, dotando a la Cofradía de mercedes y privilegios y supervisando un gran numéro de obras que durante su reinado engrandecieron a la Villa. Si don Alfonso tanto favoreció a la Villa, algo de verdad tendrá que haber en esta historia…