17/10/2024
Noche de luna llena en Setenil.
Leyenda del Peñón de los Enamorados.
Incluida en el libro "Setenil, entre la historia y la leyenda"
Cuando sale la luna se pierden las campanas y aparecen las sendas impenetrables. Cuando sale la luna, el mar cubre la tierra y el corazón se siente isla en el infinito.
Federico García Lorca.
Siempre dedicada a elle.
Podrá nublarse el sol eternamente. Podrá secarse en un instante el mar. Podrá romperse el eje de la tierra como un débil cristal. ¡Todo sucederá! Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón, pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amor.
Gustavo Adolfo Bécquer.
Cuentan que hace ya muchos, muchos años, en la frontera del legenda-rio Reino nazarí de Granada, existía una fortaleza con fama de inexpugnable. Como en un nido de águilas, entre los tajos y rodeada del río Guadalporcún, la villa de Setenil recortaba las siluetas de sus torres sobre la serranía que defendía.
El cadí moro que la gobernaba unía a la dicha de poseer tan bello grano de la Granada, el ser padre de una joven tan bella como los lirios del campo, tan bonita como las gotas del rocío de la mañana, tan dulce como las arropías, tan tierna como la caricia de una madre, con una voz que parecía susurros de rosas y violetas. Tantas eran las virtudes de la doncella que su fama se extendió por las tierras de los mahometanos, príncipes, guerreros y plebeyos suspiraban por conquistar su corazón. Xal-Denil era un continuo ir y venir de pretendientes, que, amablemente eran despedidos por la princesa, que suspiraba anhelando que llegara el príncipe de sus sueños.
Cierto día las huestes cristianas realizaron una razia por los labrantíos setenileños, viendo la imposibilidad de tomar la fortaleza, se ensañaron queman-do los campos y las viñas. Rodeada de almendros en flor y trinos de los pájaros lloraba la princesa Hassana, sollozaba la pérdida del dulce fruto de las vides, del caliente fruto de las mieses y se desconsolaba al no llegar el amado que colmara las ansias de su corazón.
De pronto, el sonido de la puerta del castillo al abrirse y el galopar de los caballeros de su padre la saca de su ensueño, pero las hojas de verde menta la llevan de nuevo a sus anhelos. Al poco rato vuelven los jinetes y la algarabía se hace ensordecedora. ¡Han capturado a un enemigo! Un joven caballero se ha quedado rezagado y caído del caballo, ha sido apresado tras una incruenta lucha. Inmediatamente es conducido al príncipe que decreta su confinamiento en la torre del homenaje.
El canto del ruiseñor desvela a Hassana que, suspirando, se asoma a su balcón a contemplar la luna llena, la fragancia de la dama de noche, del jazmín, de la celinda, del cinamomo, llenan las sombras de aromas, de perfume de amor, de pasión. Las estrellas titilan a lo lejos cubriendo la soledad de la damisela. El agitado latir de su corazón se paraliza al escuchar una dulce voz que entona una triste canción de amor y abandono, de esperanza e ilusión.
Del agitado sueño de una noche insomne le sacan los rayos del sol mientras que toda la fortificación se despereza al llegar la mañana. Rauda se propone averiguar quién es el dueño de la voz que la ha arrebatado. Sus pes-quisas dan pronto fruto, es el caballero Boutros, apresado la tarde anterior y encerrado en la torre que divisa desde su balcón. Por primera vez un brillo de esperanza, de ilusión resplandece en sus pupilas. Todos sus afanes se centran en poder ver el rostro de quien que declama tan bellas palabras de amor. Ruido de alfanjes en el patio, llevan al cautivo a presencia del príncipe, entre las celosías su corazón se para ante tan apuesto mancebo, tan gentil figura, airoso por-te y bello rostro. Él mira hacia la celosía que oculta a la dama y sus miradas se cruzan y enlazan para siempre. En cuanto sus ojos se posan en sus pupilas, cree morir y cae sobre el diván desmayada de la emoción de encontrar lo que tanto tiempo lleva esperando, el príncipe soñado estaba allí.
La brisa traía el frescor del río cuando, saliendo de su conmoción, llama a su aya y le confiesa su desazón, su dueña conocedora de las costumbres de su pueblo y de la hostilidad que profesan contra los cristianos le aconseja que no diga nada a nadie y guarde su amor en su corazón.
La risa cristalina que deleitaba a todos cuanto la rodeaban se tornó en tristes lamentos, su belleza se escondió detrás de negras ojeras, el peso del pesar añadió de golpe muchos, incontables años a su lindo semblante. Sus no-ches de esperanzado amor se volvieron en desesperanzada desolación. El príncipe citó a los sabios del reino prometiendo riquezas sin límite al que curara a Hassana. Ninguno dio con el remedio de su dolencia.
Los habitantes del castillo vieron a su señora convertirse en un fantasma que vagaba por las estrechas callejuelas, sus empinados pechos, un fantasma que lanzaba lastimeros gemidos y que sólo lloraba, lloraba y lloraba.
Una noche de plenilunio, en el cañuelo, recostada sobre una roca, bosaba la fuente con sus lágrimas, cuando la tierra rugió, las piedras temblaron y entre bocanadas de humo surgió un pequeño efrit cuyo sello se había disuelto con los lloros de la joven. Enternecido con su historia le propuso concederle lo que quisiera, pero como sólo era un aprendiz de genio, únicamente le podría conceder un deseo, y solo se cumpliría las noches como aquella, las noches en que la luna estuviera en todo su esplendor.
Enjugando su llanto Hassana formuló su deseo:
— Quiero pasar todas esas noches junto a mi amado Boutros.
— Así se hará—, le respondió el efrit, — y para que te sea más fácil, ca-da noche de plenilunio, desde que se ponga el sol, hasta que los primeros rayos de la mañana asomen por encima de la granja, toda la fortaleza dormirá pro-fundamente y todos los cerrojos y cerraduras se abrirán con tu voz. No es mu-cho, pero Carpe Diem. Y ahora, chiquilla vuela en busca de tu enamorado.
Rauda y veloz corre a la prisión, los guardias dormidos con las armas en las manos, las puertas que se abren y las cadenas que caen con su voz, y por primera vez están uno frente al otro. Y como cuando no se necesita hablar, sobran las palabras, se funden en abrazos, besos, caricias, toda la noche bebiendo de las dulces fuentes del amor, incontables veces subieron a la cima del placer, hasta que el primer gallo de la Jabonería les obligó a separarse.
Esas veladas de amor, pasión, desenfreno y éxtasis les hacían aguantar hasta la siguiente luna. Se pasearon cogidos de la cintura por todas las calles, foros, vías, se besaron en cada farola, se amaron en cada rincón, se bañaron en todas las fuentes, se adoraron ante cada aljama. Una noche se aventuraron fuera de las murallas, lejos de la mezquita de la fuente, hasta una peña desde la que divisaban toda la fortaleza. Allí se sintieron los dueños del mundo, fueron noches de vino y rosas, la dolce vita, hicieron su nido de amor sobre el peñón con un lecho de ternura, cariño, ardor, complicidad… Sólo ellos, las velas y la luna
Pero todo se acaba en la vida y una luminosa mañana de otoño el estrepitoso crepitar de la caballería despierta a la fortaleza. Las tropas castellanas se aproximan para poner cerco, otra vez, a Setenil. Los defensores se aprestan a la lucha, tapian por dentro las puertas y se disponen a esperar que los sitiado-res se den, otra vez, por vencidos. Sin embargo, esta vez, se equivocan, una vez instalado el Real de San Sebastián, durante 15 días una lluvia de piedras, pólvora y fuego se abate sobre las murallas. La artillería está destrozando las defensas, las madres lloran a sus hijos y todos claman al cielo por aquella catástrofe. Por fin, el 21 de septiembre deciden rendirse si se les permite irse al siguiente castillo moro. Una vez logrado el acuerdo, Hassana con su padre y la mayoría de sus vasallos abandona Setenil hacia Ronda.
Boutros fue liberado como un héroe y encargado por su Majestad D. Fernando para reconstruir las murallas y reforzar las defensas, temiendo un contraataque de los moros. El invierno tardó en llegar lo que dura el otoño. La esperanza de volverse a reunir les mantenía vivos, él subía a la peña y cada no-che de luna llena recordaba a su amante, sus suspiros, sus gemidos, sus susurros pronunciando su nombre. Ella desde el tajo imaginaba aquellas noches que la hicieron sentir mujer. La primavera puso de nuevo en marcha al ejército que continuó su avance hacia Granada. Como buen caballero siguió a su Rey y al conquistar el castillo del Laurel descubrió que su amada se había embarcado para África.
La desesperación se adueñó de su alma, vivir se convirtió en agonía, emprendió las luchas más audaces, y sólo descansaba las noches de plenilunio en las que buscaba el rostro de su enamorada en las sombras de la luna, su voz en la brisa de los pinsapos, su olor en la dama de noche. Ella desde lo alto de la medina miraba hacia el norte esperando verlo llegar con un airoso corcel y de-volverla a la peña en la que fue tan feliz.
Pasaron las lunas y la guerra se acabó, los dos reinos quedaron aislados por el mar y el odio. Los dos vivieron aferrados a una esperanza y a las noches de luna llena. Cada 28 días se repetía el ritual de nostalgia, de añoranza, de melancolía, de desconsuelo, de soledad. Pero una noche apenas se alzaba en el cielo, la luna llena súbitamente desapareció. Hassana en su atalaya pensó morir y tanto amor acumulado en su corazón explotó dentro de su pecho, y con un largo suspiro y el recuerdo de Boutros, expiró. En ese mismo instante Boutros, sintió como una espada le atravesaba el corazón, con un sollozó sucumbió, y se precipitó desde la peña. A la otra mañana lo encontraron, hallaron a un hombre que había mu**to por amor, y desde entonces se conoce el lugar como el Peñón de los Enamorados.
Si alguien hubiera presenciado el final de los dos enamorados y se hubiese fijado muy bien habría descubierto que con el último aliento de los aman-tes se escaparon unas pequeñas estrellitas que ascendieron y se fundieron con la blanquecina luz de Selene y al llegar al pálido satélite formaron las sombras que ahora podemos observar y que no son otra cosa que Hassana y Boutros amándose para toda la eternidad.
Cuentan que desde entonces la luna llena se apiada de los amantes a los que separa la distancia y con los suspiros que lanzan al mirarla, forma un espejo mágico que los acerca, refleja sus sentimientos en el otro, les transmite su calor y por unos breves instantes les hace sentir todo lo que su amor les ha dado, y les da fuerzas para esperar el reencuentro.
Y como está escrito, sólo los que saben de lo que está escrito, saben lo que está escrito. Y eso, eso son otras leyendas, pero no otros amores.