11/11/2024
El pescador que teje vidas
En Telchac Puerto, bajo cielo yucateco, donde la arena se mezcla con el ruido del mar y el sueste sopla con brisa recia, se puede ver a un hombre que, de alguna manera, es uno con la red que sostiene entre sus manos. Es un pescador curtido por sol y sal, con la piel como cuero, marcada por días lidiando con los caprichos del mar. Hoy no está solo; junto a él, unos niños miran con fascinación cómo aquel hombre sabio desenreda la maraña de hilos y n**os, revelándoles los secretos del oficio.
La escena es como un pequeño teatro marino montado en plena calle de arena húmeda. Los niños rodean al pescador como pequeños barcos junto a un navío, observando con ojos abiertos y bocas calladas, absorbiendo cada movimiento de sus manos que manipulan la red con paciencia de marea. Es una lección sin palabras, una transferencia de conocimiento que sólo ocurre en lugares donde el mar y la tradición han sido parte de la vida desde siempre.
El pescador, ajeno a cualquier idea de protagonismo, se enfoca en su red, achicando el enredo, sacudiendo un n**o aquí, ajustando una hebra allá. A cada pequeño tirón, los niños se inclinan un poco más cerca, como si quisieran atrapar, al vuelo, un poco de esa sabiduría que parece flotar en el aire. Uno de ellos, el más pequeño, alza una mano para tocar la red, y el pescador lo deja hacer, dándole permiso para sentir la aspereza del nylon que huele a mar, como si fuera una extensión de la costa.
Cada gesto de aquel hombre cuenta una historia de madrugadas de sueste, de jornadas de pantoqueadas bajo el sol implacable, de retornos al puerto con la lancha cargada o vacía, según el humor de las corrientes. No hay un público, no hay aplausos. Solo ellos, el pescador y su red, y estos pequeños que quizás algún día, cuando sean hombres, recordarán cómo fue que aprendieron a desanudar sus primeras redes aquí, en una calle de Telchac Puerto, junto a un hombre que entendía al mar y al viento mejor que nadie.
Y ahí están, en silencio, porque en el mar, y en ocasiones, también en la vida las palabras sobran.