09/01/2024
El Pescador nocturno
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16 febrero 2016
Caminar de noche por la ribera del río no era cosa rara en aquellos días, porque los señores del barrio iban a “tirar” los anzuelos en la madrugada, dice la leyenda que muchos evitaban andar hasta cerca de las tres de la mañana, porque a esa hora se abren los portales del más allá, bueno eso dice la leyenda, eso dicen los abuelos.
Lo cierto es que aquella noche Don José ya casi acababa de poner los últimos anzuelos de metal, con su respectiva carnada en la punta flechada, cuando algo lo hizo ver su reloj, apretó el botón que hacía que se iluminara la caratula, los números rojos marcaban las 2:45 am.
Encendió su ci******lo, de esos sin filtro, y emprendió el camino de regreso desde el rumbo del “Paraíso”, pasó por la “islita” para checar los anzuelos, siguió por donde nace el canal Gugurrón y se subió a la orilla encementada, cuando pasó por las “tinajitas” sintió un frío extraño en la espalda, y una caricia suave en la nuca.
Volteó disimuladamente y con cuidado para no caerse, siguió adelante, la luna menguante no iluminaba mucho a “El Salto”, pero le pareció ver algo moverse por entre la yerba alta. Apresuró el paso y de pronto, se detuvo, tenía que pasar por la angosta orilla, solo un tabique de ancho en ese tramo antes de llegar a la planta de luz, se persignó y con precaución fue recorriendo ese tramo, el ci******lo se le terminó poco ante s de pasar por debajo de los tubos del agua que alimentan las turbinas. Y ahí no pudo caminar más, esa presencia era pesada, el frío aumentó, su miedo también, volteó y ahí estaba la hermosa mujer, con su vestido viejo y su mirada perdida. No supo cómo, casi a gatas subió las escaleras, esas que los deportistas de antaño subían y bajaban a diario; al llegar arriba volteó, la luz de los focos le mostraron que no había alguien siguiéndolo.
Continuó su camino, y al pasar por el tramo oscuro, luego de la casa de los cueteros volteó y ahí estaba de nuevo ella, la mujer con el vestido viejo, al abrir su boca surgió un quejido que le heló la sangre, quizá era la llorona, pero no, no, gritaba por sus hijos, su lamento era más terrorífico, con sonidos inhumanos, casi animales, el pobre pescador corrió hasta el templo de San Juan, y en la puerta cayó desmayado.
En la mañana despertó en su cama, junto a su esposa, la despertó y le contó lo que le pasó, ella le acarició el cabello, le dio un beso y le dijo que fue solo un mal sueño, se levantó, se arregló y salió por el pan; en las calles escuchó a las vecinas peguntar quien había escuchado los lamentos en la madrugada, unas decían haberlos escuchados, otras decían no haber escuchado nada, ella, la esposa del pescador solo sonrió cuando le preguntaron y dijo:
- Cuando mi marido regrese de pescar le preguntaré.