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La paradoja del oasis en el desierto
El término Cuyo, de origen indígena, significaría: «tierra de las arenas», es el nombre con que fue conocida la región comprendida por las actuales ciudades de Mendoza, San Juan y San Luis. En esa inmensa tierra desértica, aparentemente solitaria, vacía y abandonada por los dioses, fluía una riqueza mística...
Los Huarpes fueron los primeros en asentarse en esta región. No construyeron ningún poblado sino que vivían en chozas muy rudimentarias a lo largo de los cursos de agua que derivaban del actual río Mendoza. Vivían de la caza, la pesca y practicaban la agricultura. Los indígenas se valieron de su inteligencia para proveerse de agua potable y de riego desde las ramas o brazos del actual Río. Aprovecharon un cauce que sería una falla geológica del terreno, desde la salida de la garganta de los cerros de Cacheuta y que sale al sesgo desde el río hacia el norte, que rodea el cono sobre el que se ha constituido la actual ciudad de Mendoza. Aquel antiguo Zanjón derivaba las aguas del río (además de la de lluvia) y las conducía hasta un sistema lacustre próximo, ubicado unos 80 km. hacia el nordeste, conformado por las lagunas de Guanacache -luego conocidas como del Rosario- y que fue otro de los asentamientos huarpes de la zona. (PONTE, 2006) Eran indios muy mansos que fueron conquistados primero por los Incas y luego por los españoles (1561) y fueron rápidamente dominados, prácticamente exterminados en los primeros años de la conquista española al obligarlos a trabajos forzados en las minas allende los Andes. Se calcula que hacia comienzos del siglo XVII había desaparecido cerca de 50.000 naturales. (CANALS FRAU, 1943). Las acequias huarpes preexistentes a la llegada de los conquistadores eran las siguientes: el brazo del río de Cuyo, que nacía en la Toma del Inca, conocido por los huarpes como Goazap-Mayu (río del cacique Goazap) y su prolongación: el Desagüe (innominado); la acequia de Tabal-que; la acequia alta de Tantayquen; la acequia de Allayme y la Guaimaien sequia. En la actualidad, la inmensa mayoría de los mendocinos -alrededor del 96%- reside en algo menos del 4% de la superficie total: los oasis instalados y desarrollados por el propio hombre como resultado de dominar y canalizar el recurso hídrico que baja de la montaña. En un ámbito natural con apenas 200 mm. de lluvia anuales, habitualmente concentrados en verano, el manejo de ese recurso es vital y equivale -en términos de rendimiento agrícola- a 600 ó 700 mm. anuales distribuidos a lo largo del año: un pequeño territorio húmedo en medio de un “océano” árido.
Ese apenas 4% del territorio fue -y es- el escenario del protagonismo histórico mendocino, el centro de las decisiones políticas y económicas, el espacio de los movimientos sociales relevantes. El 96% de la población, con todas sus derivaciones en materia de desarrollo: productividad económica de alta rentabilidad, diversificación productiva, industrialización avanzada, urbanización, creatividad cultural múltiple, conectividad vial, transporte de tecnología actualizada, altos niveles de educación, actividad política, desenvolvimiento institucional, indicios de posmodernidad...
Fuera de los límites de tales oasis artificiales está la Mendoza natural, que en realidad no lo es tanto pues se trata de una naturaleza degradada: hostiles espacios secos, ajenos a los procesos de desarrollo, con escasas y raleadas minizonas de avara humedad. Hacia el oeste, el territorio es montañoso, ofrece una poderosa vista que aminora la percepción de la aridez.