28/03/2021
Decisiones a la sombra de la cruz
¡El día de una ciudad!
El Domingo de Ramos, el primer día de la Semana Santa, debe ser un día de gran alegría, como lo debería ser toda la Semana Santa. ¿Recuerda usted cuando Jesús entró en Jerusalén, aquel primer Domingo de Ramos? Toda la ciudad salió por las calles para recibir al Rey del cielo. La Biblia dice que él se montó en un pequeño b***o (Mateo 21:5). Las multitudes se quitaban sus mantos y los ponían ante él. Cortaban ramas de los árboles y las colocaban ante su camino. Cantaban, gritaban, elevaban las manos y exclamaban: «¡Bendiciones al que viene en el nombre del Señor!» (Mateo 21:9; Lucas 19:38).
Y toda la cuidad se alborotó. ¡Es que Jesús era, al fin de cuentas, Dios mismo en forma humana, era el Creador!
Pero había una nota de tristeza en este cuadro. En medio de la alegría, Jesús dijo unas palabras sorprendentes. La Biblia dice que él llegó al monte de los Olivos y, al ver debajo suyo, en el valle, a la ciudad de Jerusalén, una lágrima corrió por su rostro. Jesús de Nazaret «lloró» (Lucas 19:41). ¿Por qué lloraba? La ciudad lo aclamaba; todo el mundo gritaba; había canciones en los labios de los niños. Sin embargo, en la mirada de Jesús, había una nota de tristeza. ¿Sabe por qué? Porque Jesús sabía, como dice la Biblia: «Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mateo 15:8).
Y en esta misma Semana, veintiún siglos más tarde, en esta ciudad, ¿qué posición está tomando usted ante Jesucristo, mi estimado lector? ¿Usted alaba a Jesús? ¿Se siente muy espiritual? ¿Ha ido a la iglesia? ¡Me alegro! Pero ¿qué de su corazón? ¿Su corazón está lejos de Dios, como lo estaba el de la multitud allá en Jerusalén? Usted ¿le ha abierto su corazón a Cristo con alegría? Esa es la decisión que debería haber tomado la ciudad de Jerusalén y que usted debe tomar ahora mismo. El corazón, eso es lo importante.
«Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida» (Proverbios 4:23).
¿Por qué no le abre su corazón a Cristo? Haga usted la siguiente oración:
Oh Rey del Cielo, Señor Jesús, yo te recibo en mi corazón. Tú me amaste hasta dar tu propia sangre en la cruz. Yo te recibo con alegría. Quiero adorarte no solo de labios, sino con la fe del corazón también. Yo quiero que tú seas el Rey y Señor de mi vida.
Tome usted esa decisión y el Señor Jesús, que lloró por amor y murió por amor clavado en una cruz, entrará a su vida. San Pablo dijo: «el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20). ¡Su vida cambiará para siempre!