06/10/2024
Lourdes, Francia a 6 de octubre del 2024.
Gracias madre de bondad por recibirme en tu casa de sanación. Hemos peregrinado con hermanos en Cristo desde el 11 de septiembre del 2024. Acepto con gusto mi papel de administrador. Cuido a mis hermanos, llevo la organización, tiempos y economía. Las cosas del mundo distraen mi mente, mi parte contemplativa sufre y en ocasiones merma mi capacidad de sentir con el alma. Cuesta trabajo unir mi espíritu al tuyo y al de tu hijo. Madre de mi vida, tu sabes que alguien tiene que vigilar, cuidar y asistir a la comunidad peregrina. Y esa labor me la confias a mi.
En todos los lugares del mundo en dónde caminaste en vida, visitaste o das mensajes se siente una paz en el presente, un total desapego a lo material y una verdadera libertad espiritual. Me siento pleno en tu presencia, hasta podría dejar de ser un irremediable pecador y ser un mejor hombre de lo que he sido.
Me saparo del grupo para buscar unos momentos a solas. Veo tu imágen en la gruta, mientras se celebra la Santa Misa. Tu amor de madre hace que me postre y llore de alegría. Solo estoy en tu presencia. No hay tiempo, no hay nadie más, no hay ruido. Siento la necesidad de recibir la Eucaristía y por tercera vez en mi vida la recibo de rodillas. Mi corazón se llena de tu hijo. Camino con alegría de regreso a mi lugar.
Hoy vuelvo a sentir tu amorosa presencia al postrarme de rodillas nuevamente. Hoy, te siento frente a la gruta donde Santa Bernardette escuchó tus amorosas palabras, y a pesar de las cientos de almas a mi alrededor, reconozco el calor de tu gentil caricia en mi rostro. Nuevamente haz acercado amorosamente tu mano a mi mejilla derecha. Tu caricia viene acompañada con una luz tan confortante que no se puede describir, pues es incomprensiblemente sublime. Me recuerdas que eres tan real en el mundo como lo eres en el cielo. Son más de diez años desde que tocaste sutilmente mi rostro por primera vez en aquel viernes de dolores.
¡Mamá, podría morir de amor!, el momento es perfecto en la tierra, en mi corazón y en mi alma. En tu presencia, Reina de los Cielos, reconozco mi gigante pequeñez, sabiéndome indigno de estar cerca de tu pureza. Mi único deseo es que me mires a los ojos aunque sea una sola vez, al momento de mi muerte.
Nuevamente me invitas a calmar mis latidos, a apaciguar mi mente: "Hijo, no hables, no llenes tu mente de ideas, calla, no des gracias, no pidas, ¡solamente escucha!"
"Tu conversión termina en el cielo" resuena en mi mente, en mi alma y en mi corazón.
Señor, ayúdame a llegar al cielo para que mi conversión trascienda y sea verdadera.