16/10/2014
Cuando yo me vaya, no quiero que llores, quédate en silencio,
sin decir palabras, y vive recuerdos, reconforta el alma.
Cuando yo me duerma, respeta mi sueño, por algo me
duermo; por algo me he ido.
Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada, y casi en el aire,
con paso muy fino, búscame en mi casa, búscame en mis
libros, búscame en mis cartas, y entre los papeles que he
escrito apurado.
Ponte mis camisas, mi sweater, mi s**o y puedes usar todos
mis zapatos. Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama, y
cuando haga frío, ponte mis bufandas.
Te puedes comer todo el chocolate y beberte el vino que dejé
guardado. Escucha ese tema que a mí me gustaba, usa mi
perfume y riega mis plantas.
Si tapan mi cuerpo, no me tengas lástima, corre hacia el
espacio, libera tu alma, palpa la poesía, la música, el canto y
deja que el viento juegue con tu cara. Besa bien la tierra,
toma toda el agua y aprende el idioma vivo de los pájaros.
Si me extrañas mucho, disimula el acto, búscame en los
niños, el café, la radio y en el sitio ése donde me ocultaba.
No pronuncies nunca la palabra muerte. A veces es más
triste vivir olvidado que morir mil veces y ser recordado.
Cuando yo me duerma, no me lleves flores a una tumba
amarga, grita con la fuerza de toda tu entraña que el mundo
está vivo y sigue su marcha.
La llama encendida no se va a apagar por el simple hecho de
que no esté más.
Los hombres que “viven” no se mueren nunca, se duermen de
a ratos, de a ratos pequeños, y el sueño infinito es sólo una
excusa.
Cuando yo me vaya, extiende tu mano, y estarás conmigo
sellada en contacto, y aunque no me veas, y aunque no me
palpes, sabrás que por siempre estaré a tu lado.
Entonces, un día, sonriente y vibrante, sabrás que volví para
no marcharme.