24/03/2024
Si éste hombre maravilloso, nuestro más querido prócer viera a qué estado lamentable llegó el país al que tanto amó, por el que dió todo su su coraje y su ingenio....
¿Qué pensaría???
"Finalmente, a mediados de enero de 1823 consiguió fuerzas para emprender viaje hacia su anhelada paz de labriego en los Barriales, su chacra mendocina, guiado por baqueanos y acompañado por dos oficiales que le proporcionó el gobierno, además de Eusebio y el perrito Guayaquil.
Nuevamente debía partir de un país al que había dado su libertad y luchado por su independencia, con un sabor amargo en la boca. Le costaba comprender esa realidad, en la que él parecía no tener cabida. Chile ahora, Perù antes, parecían extraños que no lo conocían. Solo cinco años habían pasado desde aquellos días de gloria y su nombre ya se había olvidado en ese país que amaba como a su propia patria, hacia la que ahora partía, esperanzado.
Sería su octavo y último cruce de la cordillera, por un paso que no conocía pero que era el mas directo hacia Mendoza, el de Piuquenes, en cercanías de Tunuyàn. Además, esa ruta lo acercaba a los baños chilenos de Cauquenes, lugar dónde lo habían traído en tan mal estado tres años atrás, cuando sus granaderos debieron alzarlo en camilla para poder trasladarlo. Aprovecharía para llegarse a reponer fuerzas e intentar combatir su reuma en las aguas sulfurosas que tanto bien le habían hecho aquella vez. Aún recordaba a Rudecindo y Necochea intentando convencerlo de la necesidad de hacer ese viaje…
“Encontré en Mendoza al general San Martín tan agravado de sus dolencias que desesperé de su conservación y juzgué necesaria su inmediata traslación a Chile.
Llamé al sargento mayor de artillería y comandante del parque (Luis Beltrán) para encargarle la construcción de una camilla tan cómoda como fuera posible, previniéndole el secreto, que él sin duda adivinó por la prontitud con que ejecutó mi encargo.
Preparado todo, incluso 60 hombres que debían cargar en sus hombros la camilla, invité al coronel Necochea a que me acompañara para persuadir al general, que se hallaba en San Vicente (Godoy Cruz)- una legua distante de Mendoza - a aceptar el obsequio que le llevaba para salvar su interesante vida y los respetos que le eran debidos, próximamente amenazados por una revolución general en la República.
Bastante sorprendido el general con nuestras observaciones, dijo que él no veía ese peligro que le anunciábamos, y esforzando nuevas razones conseguimos al fin que aceptara su marcha, no sin expresarnos que cedía a la persuasión de sus amigos y no a sus convicciones.
La marcha a Chile se hizo inmediatamente del modo preparado"
(Memorias del General Rudecindo Alvarado)
Había cruzado muchas veces esas montañas. Tantas, que ya no recordaba cuantas. En el silencio de la marcha, el monótono ruido de los cascos de su mula contra la piedra y el sol del mediodía lo adormecían, embotado por el láudano con que calmaba los dolores. Intentaba en silencio volver a la realidad, hacer funcionar su mente, despertar los sentidos recordando cada uno de esos pasos. ¿Eran ocho? Tantas veces había cruzado los Andes que se confundía. Regresaba al Plumerillo aquella fría mañana en que por fin había podido dar la tan esperada orden de “¡Vámonos!” que tanto tiempo había deseado escuchar en su propia boca. Era el 24 de enero de 1817 y partía jubiloso y seguro de lo hecho y lo por hacer, buscando la gloria para la Amèrica.
Cruzar el macizo por primera vez, por el extraño paso de Los Patos, en el sur de San Juan y su temida cumbre en el Espinacito a mas de 4.600 metros sobre el nivel del mar, con mas de 3.200 hombres. Parecía una locura, o lo era, y eso mismo quería que los realistas creyeran. Y lo creyeron, y él los engañó. Luego Chacabuco y su entrada triunfal en Santiago. Y la necesidad de volver a Buenos Aires para seguir planificando y asegurar el apoyo del Directorio al plan según lo acordado. Y su vuelta por Uspallata hasta Mendoza, en dónde lo alcanzaría un chasqui con la noticia de la reagrupación de las tropas españolas en el sur y su apurado retorno a Chile, sin poder llegar a ver a Pueyrredón. Tres veces había cruzado la cordillera en 90 días, en 1817.
¿Y la cuarta? ¿Cuándo habrá sido? Se confundían en su mente las fechas y los hechos. Ah, sí, enseguida después de Maipú. A solo cinco días de la batalla que aseguró la independencia de Chile, apuró ese cuarto viaje interrumpido hacía mas de un año, el que le proporcionó la primera sorpresa desagradable al advertir que Buenos Aires ya no se preocupaba por la suerte de su Plan Continental y el apoyo para continuar hacia el Perù no era tan firme como cuando él había dejado la ciudad.
Luego, volver a Chile hacia fines de 1818, para retornar tres meses después, en febrero del 19, con la intención de seguir consiguiendo apoyos en Buenos Aires, pero otra vez es retenido en el camino por acontecimientos inesperados. ¿Cuándo fue? Sí, era su sexto cruce y en marzo de 1819, llegando a San Luis sabe del motín realizado por los prisioneros de Chacabuco y Maipú que estaban presos en esa ciudad con “la ciudad por cárcel”, o sea libres pero sin poder salir de ella. Había generales y altos oficiales, y hasta Marcó del Pont, la máxima autoridad española derrotada en Chile. Los vecinos habían reaccionado muy violentamente a la traición de su hospitalidad con los reos y habían apagado el motín con mucha sangre. Él había puesto orden y restablecido la tranquilidad en la ciudad, pero supo de las montoneras que asolaban el camino a Buenos Aires y no pudo seguir viaje. Volvió a Los Barriales y disfrutó unos meses en familia con Remedios y Merceditas. Pero su esposa enfermó de tuberculosis y tuvo que enviarlas a ambas a la Capital, al cuidado de la familia Escalada, ya que él debería partir nuevamente, llamado por O Higgins desde Chile. ¡Pobre Remedios! Tan mal la había visto la última vez, que no sabían si llegaría viva a Buenos Aires. ¡Qué triste había sido aquella despedida, sabiendo que sería la última vez que la besaría! Y su niñita, tan inocente al lado de la madre moribunda…
Recuerda su carta a Manuel Belgrano, suplicándole protección en el camino para su familia contra las montoneras alzadas, y el respeto de éstas a la integridad de ellas cuando, rodeada la caravana en una posta cordobesa, supieron quien viajaba.
Tantos recuerdos, tantas p***s. Le costaba encontrar en su mente momentos buenos, como si éstos se hubieran ido apagando bajo las cenizas de tantas amarguras. No comprende por qué solo llegan a su cabeza recuerdos malos, si está seguro de haber sido feliz muchas veces, tanto aplauso, tantos vítores, tanta gloria… al final ¿Para qué? Si el recuerdo de esa caravana lúgubre, con su esposa moribunda y su niñita vestida de blanco y celeste con su gran moño de seda negra en el pelo, y ese ataúd atado en el carro de atrás, lo tapan todo…
Y otra vez los dolores y el reuma, y los cuidados de Jesusa… y Rudecindo y Mariano cargándolo hasta las termas…
Y después el Perù. Toda la gloria en el Perù. ¿Toda la gloria?
Se vio a sí mismo entre los vahos del láudano, cansado por la subida al Portillo, con frìo bajo ese poncho húmedo sobre la mula que echaba chorros de aliento blanco por su hocico congelado, seguido por dos baqueanos, dos arrieros y Eusebio con el perro en una caja de mimbre… ¿Qué gloria?"
("El cóndor herido. San Martín, de Perú a Francia", de Ariel Gustavo Pérez. Para adquirir el libro, comunicarse por wspp con el 3476555933 o haciendo click acá: https://wa.me/3476555933)