04/05/2024
Los gauchos patagónicos (Columna de Jorge Díaz Bustamante
13 de noviembre de 2021
En las grandes huelgas patagónicas de 1920 y 1921 en la zona de Santa Cruz, los gauchos sostuvieron el movimiento obrero, desplazándose de un lugar a otro, tomando las estancias, requisando víveres, armas y caballos, para luego iniciar una nueva marcha, con esta estrategia mantuvieron a raya al ejército argentino. Uno de los líderes de este movimiento era José Font, conocido como “Facón Grande”, un gaucho entrerriano, que era carrero, pero que apoyó decididamente a los obreros.
Facón, De gran ascendiente entre la gente humilde, era conocido como “hombre de palabra”, lo llamaban “Facón Grande” por su costumbre de llevar un cuchillo cruzado en la espalda. Por solidaridad con sus compañeros, terminó liderando a un grupo de 400 hombres que se enfrentó a balazos contra el ejército cerca de la estación Jaramillo. Luego será capturado y vergonzosamente fusilado por orden del teniente Héctor Benigno Varela. Los peones rurales que lo acompañaban sufrirán igual destino.
El gaucho es una figura reconocible en toda la Patagonia, hombre de a caballo, de gran lealtad con sus compañeros de trabajo, puesto que los une el mismo destino; la precariedad y la pobreza. Recorre las estancias patagónicas desempeñando las labores más disímiles: peón de campo, carnicero, alambrador, ovejero o domador de potros, “Dígame para qué soy bueno”, parece ser la expresión de estos bravos y leales trabajadores.
El habla popular ha incorporado la frase “Hacer una gauchada” que representan el prestar un servicio o favor entre compañeros o amigos entrañables. El gaucho es generoso, ayuda a sus compañeros en toda oportunidad, sin esperar ninguna retribución a cambio. La expresión “Qué gauchito”, señala a un niño que destaca en alguna habilidad física, puesto que el gaucho es un astuto hombre de acción. Este verdadero código ético, no escrito, de honor, nos habla de la nobleza, la presencia de espíritu y de su gran sentido valórico del compañerismo, la lealtad, la justicia y la libertad. La literatura gauchesca contribuyó a difundir este ideario, el “Martín Fierro” (José Hernández) dice: “Soy gaucho, y entiendaló/ Como mi lengua lo esplica:/ Para mí la tierra es chica/ Y pudiera ser mayor; /Ni la víbora me pica/ Ni quema mi frente el sol”.
En “Palenque no era malo”, cuento que pertenece al libro “El cementerio de los milodones” de Osvaldo Wegmann Hansen, describe el encuentro de “Palenque”, un gaucho caído en desgracia, acusado de crímenes y robos que no cometió, perseguido por la policía y tiroteado por los estancieros, con tres ovejeros que llevaban su último arreo al frigorífico. El prófugo solicita café y alimentos, he aquí la respuesta:
Sientése ahí; calórese no más, que le serviremos café. Ningún gaucho puede dejar que un hombre pase hambre y frío en el campo, aunque sea un tumbero, aunque sea un bandido… Coma, pero márchese luego, porque no queremos que nos comprometa. Usted ha hecho muchas payasadas, y si lo pillan con nosotros nos puede llegar al mate…
“Palenque” decide huir de su trágico sino, cruzando la frontera, pero antes decide entregar todo su dinero a un viejo puestero, para que lo done a los pobres o a la Cruz Roja.
Hace poco tuvimos acceso a un sorprendente relato, publicado en National Geographic España (año 2015). Allí se relata la vida de los gauchos bagualeros, que laboran cazando ganado cimarrón en la Península Antonio Varas. Acompañados de sus perros y caballos estos hombres emprenderán una peligrosa jornada llena de sacrificios y de lucha contra los elementos, en medio de una naturaleza salvaje y agreste, pero llena de belleza. “Esta es una historia de sangre, valentía y tradición. Como en la mayoría de las de su género, hay caballos y hombres de extraordinaria valía y modestia, y por supuesto peligrosos trances de los que pueden salir mal parados o con los pies por delante”.
En Rio Gallegos conocimos a Zenón Videla, gaucho de la zona de Rio Negro, en su juventud era propietario de 4 caballos con los que recorría la Patagonia Argentina ofreciendo su trabajo en las extensas pampas, bravo domador de caballos y diestro en el manejo del lazo no le faltaba laburo. Al ser llamado a la “colimba” (servicio militar) abandonó la vida salvaje y posteriormente se hizo obrero eléctrico, formando familia y asentándose hasta hoy, en Rio Gallegos.
Hoy día las jineteadas patagónicas se proponen como la más genuinas expresiones de la tradición gaucha. A esta fiesta campera acuden una multitud de aficionados, dispuestos a disfrutar de un buen asado, de escuchar a los tradicionales payadores, de ver la bravura y destreza de los jinetes. Hay voces que se han levantado proponiendo que se reconozca como deporte nacional, como una manera de rescatar y preservar la cultura, el folklor y patrimonio.
En la década del sesenta, los gauchos campeaban en el club de rodeo de Puerto Natales. Sombrero de ala ancha, pañuelo al cuello, pantalones bombachos y botas de cuero de potro. Portaban un enorme facón al cinto. Con asombrados ojos de niño presenciamos una pelea de gauchos a caballo. Los rivales tomaban el talero por la lonja de cuero, revoleaban el madero del mango con el que intentaban golpear al enemigo. Los caballos resoplaban y caracoleaban levantando un tremendo tierral. El combate terminaba cuando uno de ellos caía al suelo. Eran los héroes anónimos que poblaron nuestra infancia.
Puerto Natales, noviembre de 2021