13/10/2019
Hoy les traemos esta leyenda urbana de Tomé ¿Quieres conocer los lugares en donde se desarrolla? No dudes en consultarnos y haz tu cotización.
Agradecemos a nuestro amigo Freddy Agurto por contarnos sobre esta leyenda.
EL PRINCIPE
DE LA
MAREA ALTA
Corría el año 1977 en Playa El Morro de la ciudad de Tomé, la familia de Dinamarca estaba disfrutando sus vacaciones de verano junto al mar. En un momento de descuido el pequeño Javier, de entonces cuatro años, se pierde del lado de su madre , esta grita asustada pues ve al infante caminando velozmente por la arena hacia los roqueríos mar adentro, Ignacio su padre alertado comienza a correr hasta ese lugar pero es retrasado por la multitud que encuentra a su paso, niños y adultos jugando ajenos a tan dramática escena.
Cuando llega a las rocas no hay rastro de Javier, desesperado se sumerge en las tibias aguas del pacifico , bucea por pocos segundos, lo máximo que resisten sus pulmones ante la bocanada de aire que aspiró , pero no encuentra al pequeño, entonces emerge y se enfrenta al ruido ensordecedor de la gente que ya se agolpaba alrededor de la madre a orillas del roquerío. Ignacio vuelve a la entrañas submarinas, esta vez con suerte, sorprende a Javier suspendido en centro de un extraño remolino que brotaba de las profundidades, en calma y con una paz sobrenatural, como conversando con alguien, estaba respirando extrañamente de la nada, lo coge entre sus brazos y lo encamina a la bóveda celestial de la superficie, cuando emerge se acerca nadando a la madre y con un reflejo similar de brazos extendidos lo deposita en sus manos, Irene quiebra en un llanto de alegría al igual que su esposo quien aun permanecía sumergido, de repente cuando éste se preparaba para salir de las aguas algo lo jaló del tobillo a las profundidades.
15 años después , Javier desciende del bus interprovincial que lo trajo de vuelta a Tomé, en sus manos carga sólo un ramo de crisantemos que su madre había cortado por la mañana. Son casi las seis de la tarde y una brisa helada de otoño lo acoge a la entrada del cementerio 1. Las puertas se cierran detrás de él y frente a sus ojos atónitos un millar de cruces extendidas lo reciben , se detiene por unos segundos, saca del bolsillo de su pantalón un papel doblado, y retoma su andar . Ya orientado en este laberinto de corredores da con la tumba de su padre, de su padre ausente estos quince años , tantas cosas que quería contarle, sus conquistas, de la universidad, pero nada... pues ni siquiera en ese instante se enfrentaba al cuerpo inerte de su padre, la tumba estaba vacía, había corrido la misma suerte de centenares de pescadores que después de un naufragio se habían perdido en las honduras del mar.
En los limites del cementerio había un acantilado y bajo éste la playa El Morro, muy distinta a la que se cobijaba en sus recuerdos de infancia, el mar había saqueado terreno y la playa era más estrecha. Javier bajó por una larga escalera al lado del cementerio y llegó a la Caleta los Bagres, desde ese lugar comenzó a caminar en la arena hacia el Balneario. Eran ya casi las siete de la tarde y comenzaba a oscurecer, cuando el cielo se tornaba cobrizo Javier se encontró frente a frente con un conjunto de rocas sumergidas, el lugar preciso en que vio por última vez a su padre con vida. Se sentó en la arena y trató recordar el rostro de su papá, no teniendo éxito recurrió a su billetera y sacó de entre muchos papeles una foto antigua en blanco y negro, la albergo en la palma de su mano y cuando vio la estampa de su padre este se quebró por vez primera.
Una brisa suave que brotó en ese instante hizo volar de sus manos la foto unos metros, rápidamente se puso de pie para coger la añeja imagen que aventureramente se acercaba a la orilla de la playa . Cuando Javier extendió su brazo para tomarla, una mano emergió de la arena semihúmeda y se la arrebato, asustado se abatió de espaldas y cuando aún no daba créditos de lo que había visto un cúmulo de algas que se encontraban a poca distancia comenzó a elevarse y a transformarse en una mole antropomórfica. Del extraño ente afloró a la altura de cabeza un cráneo cubierto por una sustancia ligosa que fijo por unos segundos su mirada sobre el joven atónito, Javier permaneció inmóvil como temiendo ser atacado por el extraño ser, pero el cráneo comenzó a hundirse entre la gran masa de algas desapareciendo por completo para luego emerger en el lado opuesto. La mole comenzó a desplazarse lentamente hacia el borde costero, fue ése el instante en que Javier colmado de imágenes del pasado se armó de fuerzas para enfrentar sus máximos temores y responder los enigmas que rodeaban la perdida de su padre. Se puso de pie y comenzó a avanzar hacia el golem que ya comenzaba a sumergirse entre las olas, avivo sus pasos y se lanzó al mar pero no pudo darle alcance pues las algas se disiparon y el extraño ser desapareció.
Con la ropa mojada y el sol extraviado en el horizonte Javier fue a dar al “Jaques Costeau”, uno de los numerosos bares que existían en la ciudad, allí entre los parroquianos contó el fantástico incidente que había vivido, sin embargo fueron pocos los que atendieron la historia y casi todos terminaron mofándose de Javier. Don Fernando, un trabajador jubilado de una de las fábricas textiles existentes en Tomé, atraído por el chisme se acercó a hablar con el joven, le contó una historia, un mito urbano, la existencia de seres que protegidos en la oscuridad de la noche salían a merodear por las playas, recogiendo los objetos que la gente extraviaba, él los llamaba recolectores.
Javier que toda su vida fue un escéptico a este tipo de historias escuchó con una particular atención el relato del viejo, después de lo que le aconteció ese día y ya libre de prejuicios creyó todo lo narrado por Fernando,. El viejo describía a estos seres como peones que buscaban indicios de la vida de la superficie para ser entregados a una entidad superior que vivía en el mundo acuático .
A la mañana siguiente Javier despertó en la playa de la Estación, distante a un kilómetro de la playa el Morro. Sufría de una fuerte resaca, su mente no asimilaba lo que había sucedió el día anterior, un extraño sonido lo acerco a la orilla del mar y comenzó a caminar como hipnotizado mar adentro sumergiéndose paulatinamente, dos niños alertaron a sus padres que se encontraban sentados en los rompeolas, ellos vieron perder la figura del joven bajo las aguas sin volver a salir, llamaron a carabineros, luego llegó la guardia costera en lanchones y un helicóptero, comenzaron a buscar a Javier, los buzos sacaron en una bolsa las osamentas de un cuerpo , grande fue la sorpresa de la gente que se habia asomado en la playa cuando supo que este no era el cuerpo del joven , sino el de un alguien no identificado, que por el deterioro calculaban que habia estado sumergido por años, todo ese dia continuaron infructuosamente la búsqueda del cuerpo del joven, este jamás se encontró.... luego de unos días el peritaje constato la identidad de la osamentas, eran de Ignacio Gonzalo Dinamarca , el padre de Javier. Nadie se explica como el cuerpo que se había dado por perdido en la playa el Morro apareció ahí. De Javier nunca mas se supo.