06/10/2023
Me vine a escribir todo octubre a una casita flotante. Buscaba un lugar silencioso, cálido y rodeado de verde. Jamás imaginé que podría estar directamente sobre la superficie del agua. Eso llegó por añadidura. O por terca. O por suertuda. O porque soy incapaz de poner límites, vaya uno a saber. Cuando me ofrecieron la casita dije que sí, incluso antes de ver las fotos. Suelo confiar en mi sexto sentido. Algo me decía que tenía que ser aquí.
He escrito en muchos lugares, pero directamente sobre el agua es algo que no había hecho nunca. Me tomó solo una tarde sentirme como en casa. El primer despertar tuve que darme un pellizco para asegurarme de no estar soñando. Y no, no estaba soñando.
El silencio es casi absoluto y eso hace que empiece a familiarizarme con cada pequeño sonido: el arrullo del agua lamiendo los bordes de la casa, a lo lejos siempre ladra algún perro. Guacharacas, alcaravanes, aguiluchos. La lluvia tintinea sobre el techo de lata. Mi estómago protesta porque, a menudo, olvido el almuerzo. Los aguacates nada que se maduran. La cafetera pega tremendos suspiros, sabe que lo que me mantiene incansable es mi adicción a la cafeína. Un avión planea alto en el cielo. Pienso: qué dicha no ir en él; qué dicha esta quietud zarandeada.
Una casa flotante es ideal: no te mueves pero tampoco estás quieta. Miras el agua y crees ser tú quien avanza. No hay sensación de estancamiento. La superficie de la represa le hace espejo al cielo dando la sensación de infinito. Creo que eso mismo es escribir: reflejar sobre el papel realidades paralelas; hacerle juego a la idea de lo eterno, plasmar la vida con fidelidad aun sabiendo que eso es imposible. Y sin embargo heme aquí, intentándolo.
Gracias