05/10/2023
LA ALEGRE Y POSIBLE SOLIDARIDAD
Por: Juán Fernando Uribe Duque
Hoy se inicia una nueva historia en la lucha contra el narcotráfico. Se terminó la estigmatización al campesino, al joven pobre de las barriadas y al consumidor. Estos son meras consecuencia de una óptica errada. La lucha, mientras ampliamos la mente hacia la legalización de los productos derivados de la coca y la ma*****na -sin sus componentes adictivos y sí con los terapéuticos-, se hará en otros términos: combatiendo los grandes financistas del negocio y sus políticos asociados que perpetúan y finjen una guerra en su contra y recuperando como un problema de salud publica los consumidores, no como hasta ahora se ha hecho postrando al campo y las barriadas populares con una guerra sin fin, mientras castigan, asesinan y sumen en la pobreza y a un terror sin esperanza a miles de jóvenes y sus familias.
En el cañón del río Micay en el departamento del Cauca, el presidente ha hablado claro y de frente a la historia: no más dolor y sangre, no más injusticia con el campesino que se vio obligado como un esclavo a cultivar coca para el traficante, no más violencia para el indígena que se vio desplazado y atropellado en su ancestralidad. Ha llegado la hora de incidir en forma clara y audaz. La sustitución de la economía ilegal por cultivos que incentiven una economía popular próspera con créditos públicos y asesoría técnica y social, es el verdadero método para rescatar del oprobio a todas estas comunidades donde se produce el 75% de la co***na mundial. No son subsidios, ni contemplaciones caritativas como muchos créen. Es un programa bien coordinado con la asesoría de estamentos internacionales poderosos que están convencidos del fracaso de la política antidrogas que mató a un millón de latinoamericanos y que tiene a otro tanto pudriéndose en las cárceles y acabando con el poco de tejido social que lograron conservar. Y pensar que aún hay quien diga que la solución es asperjar con glifosato envenenando el ambiente y convencidos que los únicos que mueren son los micos y las culebras! Y dicen ser patriotas y amar el país! Aman su codicia sin importar el daño que causan.
Sorprende el descubrimiento de hornos crematorios como un hecho macabro de la arqueología de la maldad en Colombia. Es algo apenas comparable con la arquitectura del holocausto judío infringido por los n***s, pues parece que copiaron los diseños de los campos de concentración. Todo ello hace juego con las declaraciones de Mancuso apenas comparadas alegóricamente al testimonio de un sociópata como Adolph Eichman. La banalidad del mal se enseñoró en la directriz política de los gobernantes de la llamada "Seguridad democrática" - que más que otra cosa fue el acompañamiento del ejército para volver a las fincas- : el haber confesado los crímenes de casi diez mil jóvenes inocentes no los ha conmovido; parece que valen menos que las balas que los mataron o que los uniformes con que los disfrazaron. Alguien me decía refiriéndose a lo fértil de unas palmeras que adornaban el camino a la piscina de una de sus fincas: "La gente no sabía que en cada palmera enterramos un tipo. ¡Ese el mejor abono dotor!" Pero por fin alguien ha roto el espejo de la infamia y trata de reconstruir la historia para lograr la reconciliación en Colombia, nunca la venganza, la que todos sabemos justificó el recrudecimiento de una guerra innecesaria y absurda. Los colombianos debemos borrar de nuestros sentimientos el odio y la exclusión, debemos, con el conocimiento de la historia y el estudio de una sencilla filosofía de la convivencia y el respeto, lograr salvar al país de las garras del miedo hacia ese otro al que consideramos distinto y peligroso. Una cosa son las consecuencias de una historia de pobreza y degradación, con la resultante de desarraigo y delito, y otra muy diferente el señalamiento de una clase social como enemiga. El país fragmentado debe unirse y la labor nos compromete a todos. El proceso es largo pero es solo a través de él como nos podremos enamorar de nuestras raíces, de nuestros territorios hermosos y de nuestras gentes, en otras palabras, de lo que somos y hemos negado serlo: Una sola Colombia reconciliada, en paz y en la senda definitiva del progreso.
La codicia y el despojo nos llevó a perpetuar la guerra y la pobreza subsecuentes, por eso se hace tan importante devolverle la tierra al campesino y borrar el tener que vivir en la ciudad como acicate de progreso. El país debe recuperar su carácter agrario para ser productivo y próspero con un campesino posicionado como motor fundamental del progreso además de protector de primer orden del entorno ambiental y sus recursos.
Desmontar la empresa del narcotráfico y su influjo perverso es claro objetivo de este gobierno. Objetivo por demás bien difícil en un país con una economía informal claramente dependiente de su lavado de activos y secundada por una ideología determinada por su codicia y arquetipo cultural.
El reto es inmenso más no por ello despreciable, todo lo contrario, encontraremos en ese propósito una forma de lograr la patria fraterna que siempre hemos deseado para, que algún día, nos volvamos a abrazar como lo hacíamos en nuestra ya lejana infancia al compartír felices una naranja con los niños pobres y alegres del barrio vecino.