13/09/2019
Casa Diana celebrando el Aniversario 500 de La Habana
La Habana, lo más grande
La historia la hacen los hombres y las generaciones, por eso yo prefiero que el aniversario 500 de La Habana se celebre en el año 2019 para que tenga la posibilidad la nación y la ciudad de asumir su responsabilidad con un símbolo tan importante, tan representativo, tan famoso como es La Habana de cara al mundo.
Así expresó el Dr. Eusebio Leal Spengler en vísperas del aniversario 495 de la fundación de La Habana.
Este año 2019, la otrora Villa de San Cristóbal de La Habana, hoy capital de todos los cubanos, cumple 500 años. A pocos meses de esta celebración, el 16 de noviembre próximo, aun se trabaja en obras de construcción y rehabilitación que permitirán a nuestra ciudad mostrarse al mundo embellecida y renovada.
Ese día, muchos cubanos darán tres vueltas a la Ceiba fundacional, y es de esperar que entre los deseos que se le piden a ese frondoso árbol estén muchos para La Habana, porque Cuba trabaja en la construcción de un país mejor y la capital tiene que estar a su altura.
Al pie de una ceiba, se oficiaron la primera misa y el primer cabildo en la villa de San Cristóbal de La Habana. Y es recorrido obligado visitar los óleos de Jean Baptiste Vermay (1786-1833) de “La Primera Misa” y “El Primer Cabildo”, ambos de 1826 y que se muestran en El Templete, donde también descansan los restos de Vermay y su esposa Louise en una urna de mármol. Ambos cuadros constituyeron la primera interpretación de lo que historiadores consideran la fundación de La Habana, un 16 de noviembre de 1519.
FUNDACION. Pintura del artista francés Jean Baptiste VermayComo las abejas su panal, a imagen y semejanza de sus propios deseos, los seres humanos transforman en materia palpable sus recuerdos y costumbres. En tal sentido, y dado el complejo proceso de producción del patrimonio cultural, puedo afirmar con convicción profunda que lo intangible resulta inseparable de lo monumental y de lo real. […]
Para esta ciudad redactó sus ordenanzas el letrado Alonso de Cáceres, en 1574. Quedaba atrás la aldea provisoria, y comenzaron a alzarse los pequeños alcázares, entre diminutas huertas y elevadas tapias. Se fueron delineando las calles y los templos se irguieron como hitos, mientras en torno a ellos aparecían las casitas blancas y amarillas, con sus graciosos tejados, tal y como se ve en el ingenuo dibujo de 1609, hallado en el Archivo de Indias, en Sevilla.
Junto a la planta de nuestra primera fortaleza renacentista, inconfundible, llama poderosamente la atención el dibujo de un árbol solitario. A su sombra nació la aldea, matriz de la villa y de la ciudad futura. Bajo esa ceiba mítica, capaz de resistir la furia de todos los huracanes, se gestó nuestra identidad.
Prólogo para el libro “Para no olvidar” del Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana, publicado en 2005.
La Habana no es Cuba, pero se le parece. En un espejo de azogue; todos soñaron con ella desde que se convirtió en eje del comercio trasatlántico. Ella fue indígena, española, inglesa por 11 meses y norteamericana desde 1898 en que se izó en su regazo la bandera del Norte. Hasta enero de 1959.
Es una ciudad misteriosa que se niega a desaparecer con un poniente color violeta y un sol que quema y la robustece. Alejo Carpentier la llamó la ciudad de las columnas. Columnas protectoras de un sol quemante y de lluvias torrenciales, columnas que semejan a las gallegas de Santiago de Compostela, más pequeñas y gruesas, pero también protectoras de lluvias finas y granizadas, de las que huyeron tantos inmigrantes que luego se abrazaban con el calor del trópico.
Columnas detrás de las cuales los orishas africanos les hacían guiños a los paseantes. Columnas dóricas, jónicas, corintias, o simples y lisas columnas eclécticas, únicas en el Caribe. Y aparecen detrás de ellas como incitando a la procacidad y al s**o. En La Habana nada es oculto, todo se expone con desenfado y queda a la vista como en un balneario o en una carnicería. Aunque hay mucho de oculto, mucho que va subterráneo y esquino y que nadie o casi nadie ve. Porque La Habana es profunda y sus calles se hunden en la tierra. Ella es alegre, frívola y dramática, de ardientes boleros y rumbas de cajón.