27/09/2021
Huete - Museo etnográfico (la matanza del gorrino)
Uno de los acontecimientos que se celebraba cada año, que era esperado y que más unía a las familias, era la matanza del gorrino. Muy pobre tenía que ser una familia para que no criara un cerdo (constituía el alimento del año). El sacrificio del animal tenía lugar en noviembre: "a cada puerco le llega su San Martín" (11 de noviembre) o "para San Andrés mata tu res, buena o mala, como es (30 de noviembre). El alimento de los gorrinos eran los gamones cocidos a fuego en el caldero colgado de las "llares". Unos días antes del sacrificio del animal se pelaba y cocía la cebolla para las morcillas (durante el tiempo de cocción el caldero de cobre ocupaba la lumbre baja en la chimenea). Los hombres se encargaban de preparar la leña para el fuego y las aliagas para "socarrar" la piel del cerdo. En muchos pueblos había un matarife a quien le pagaban con el "presente" (un poco de cada parte del cerdo). Llegado el momento se sacaba la mesa apropiada para la matanza y con un gancho se agarraba al cerdo por la papada (los gruñidos se oían en todo el pueblo...). El matarife con acierto clavaba el cuchillo e inmediatamente la sangre era recogida en un lebrillo. Mu**to el cerdo se socarraba la piel. Se echaba agua caliente, casi hirviendo, por el cuerpo mientras que los ayudantes con trozos de teja iban limpiando la piel hasta quedar totalmente limpia y blanca. Terminada esta operación se colgaba al animal de una viga para descuartizarlo y separar las distintas piezas. Algunas mujeres preparaban el almuerzo, gachas con harina de almortas, oreja asada y panceta frita. Había trabajo para todos, lavar las tripas, picar la carne, cocer las morcillas y hacer los chorizos. La cena consistía en ensalada de judías cocidas en olla de barro y a fuego lento en la lumbre de la chimenea (tenían un sabor especial). La vejiga del animal se la daban a los chiquillos que, macerada en ceniza y a base de insuflar, se hinchaba hasta formar un globo. Cuando el porrón del vino pasaba de mano en mano la chiquillería la explotaba intentando asustar al que en esos momentos tenía el porrón en alto. Del techo, en sentido horizontal, se ponían unas varas donde se colocaban las morcillas, los chorizos y demás piezas del cerdo. A los ocho días cuando todo estaba seco, se hacía el frito y se guardaba en las orzas.