15/04/2024
Os dejamos una acertada crónica de una visita a La Bastida, que nos ha enviado nuestro querido amigo Paco Franco Saura, gestor cultural.
Una jornada particular:
La Bastida, 3 de Febrero de 2024
Anticipa el día claridad y sol fuerte. La tierra blanquea su reflejo, fruto de la sequía y de los cultivos. La mezcla de plástico y tierra láguena nos acompañan esta bonita mañana supuestamente invernal. El coche culebrea por una carretera angosta, cercada por muros de mampostería que delimitan las fincas y los cultivos. Tierra áspera y fértil, extraña, bíblica, bajo un cielo azulado teñido de un blanco esencial. No me asombra. Reconozco esta luz y este color, invade mis pituitarias porque huele a abono, a trazo de cortijo, a animales sueltos, a esencia bereber.
Parece África, tan cerca. Forma parte del sustrato divino, esencial, vino y mesa, comensalía. Es el comienzo de la civilización. Al menos, cuanto más conduzco por estas estribaciones montañosas, más siento que hay un alojamiento de memoria próxima, uno de esos lugares fundacionales de la humanidad, uno de esos sitios raros en que se toman decisiones, donde vivieron gentes, antepasados que miraban estas tierras como las puedo estar mirando, en mi condición contemporánea, sin recelo. Con respeto. Mucho respeto.
El grupo de personas que vamos a acceder a La Bastida tenemos el aire de curiosidad suficiente, se nota gente acostumbrada a visitas y descubrimientos. Muy tranquilos. Caminamos hasta Llegar al Yacimiento.
Sorprende la ubicación, por estar inclinado sobre una ladera pendiente, por lo que puedo imaginarme una pirámide escalonada. Si lo deseo, me sumerjo en el trazado de las calles. No quiero irme de varas, pero atisbo sonidos y voces, que, aunque sean las del grupo, remontan a conversaciones remotas y producen un cierto eco. En cada yacimiento hay cementerios, herramientas, miradores, asientos. Piedras sobre piedras, escogidas para construir casas, murallas, escorrentías de aguas, balsas.
El guía despliega ironías varias, relatos de saqueadores ingeniosos, escenografía de relato. Se le nota concernido, entusiasta. Totanero, habla con distancia de su pueblo, tan cerca y tan lejos de este lugar. Enlaza ideas mistéricas con situaciones prácticas. Cuando volvemos al punto de partida entablamos conversación con él, con el pontífice entre la historia y la narración literaria. Ha sido un buen rato. Interesante, sobrio.
No acaba uno de imaginarse la elección de este lugar. En realidad, parece inhóspito e inaccesible, una elección extraña en un paralelo de la tierra que, mirando hacia el este, nos podría llevar hasta Anatolia o las altas montañas del norte del Líbano. Cabe pensar en esos movimientos migratorios del principio de la humanidad civilizada, de Troya, de Grecia, de Mesopotamia. Aquí, estando el mar tan cerca, no se percibe. Es un cañón, un desfiladero entre montañas. Un atasco para invasores y alimañas. Alguna configuración estelar decidió el emplazamiento, según nos cuenta el guía Cánovas, a mitad de camino entre la intuición y el deseo, a través de gestos de chamanes y licántropos.
No sé. Los que nos acompañábamos sentíamos, creo, formar parte de este rincón del planeta. Nuestros asentamientos actuales también son raros, cerca cauces de agua, tan escasa. Del mismo modo que estos árgaricos tan remotos, algún día tendremos que mudarnos. En esa mudanza puede que haya más conocimiento que hace miles de años, pero dudo que posea más sabiduría. En cualquier caso, tres mujeres y tres hombres de este tiempo confuso, nos vimos conformados en la idea de que nada es efímero hasta que saltamos la raya de la supervivencia. Más certeza que futilidad.
Turismo Totana Pedro Cánovas
Manuel Moyano Ortega