28/12/2022
Pepita y El Mercado Eléctrico
Pepita, amiga de toda la vida, cercana a sus setenta y bellas primaveras, necesita encender la luz todos los días, lavar su ropa antes de ponerla al sol de nuestra Andalucía, mantener fríos sus frescos alimentos locales para cocinar sano y calentarse a partir de las cuatro o cinco de la tarde, cuando las tareas del hogar y la familia se lo permiten, hasta que cena lo que puede y entra en sus sueños de tranquilidad imposible, al calor de su Pepe como único abrigo. Como sus vecinas.
Pepita, sin una queja diaria ni machaques pilón “come-orejas” por sus dificultades, tan comunes en el barrio, tira de una familia de seis miembros. Disfrutaba el matrimonio de una tranquila vejez, con las espaldas cubiertas, la salud respetando los años y la familia más o menos cubierta. Cómo sus vecinas.
A Pepita, como a algunas vecinas, el mundo se le vino encima, cuando su hija, en crisis, enésima victima de la pandemia, se vio en calle por cierre de su negocio y sin techo por la ausencia de ingresos. Su hija no necesita cobijo ella sola, son cuatro y gracias. El cobijo de Pepita es el cobijo de todos, ni lo dudes le dijo. Y Pepita tira de la familia.
Pepita, mientras cenan, contempla desde hace tres meses, en su ignorancia o profunda sabiduría, según se mire, día tras días, la pasividad de todo un país que permite que, ella y su vecinas, programen cuando lavar, cuando cocinar, cuando calentarse, cuando ver. No se queja, pues comen en familia, no quiere preocupar a su hija y menos a los crios. Ella puede con todo. Es de esas madres que han levantado nuestra tierra dejándose la piel y la uñas; cuenta que incluso estuvo buscando duros en Cádiz.
Pepita, en su lógica, dice entender claramente eso del mercado de las eléctricas. Es el de siempre. Aquí el tiempo no pasa. Como cuando a sus padre le explotaba en la peoná por 2 pesetas. Los ladrones, los chorizos, siguen en el mismo sitio, intentando exprimirnos. Lo peor que lleva son lo años de rojo que paso su padre en la cárcel, para que ahora, estos políticos que se les suponen del pueblo, permiten un nuevo negocio esclavista del Siglo XXI: ganan más los mismos y los mismos pagan más.
Pero Pepita necesita ver todos los días cuando el sol se pone, calentarse en estas noches de frio y lluvia, lavar la ropa de los crios para que vayan decentes al colegio y cocinar aunque vuelva a ser las espoleas; eso sí, calentitas. Al mercado ese Pepita le metía fuego. Alguien debería hacerlo.