27/12/2024
ASÍ ERA MÍ MADRE.
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Mi madre fue una mujer única, y murió como tal, un activo para Dios dirían por allí. Un ser que durante su medio siglo de vida, demostró que la clave para morir con dignidad es dar amor, ser humilde y agradecido sin siquiera esforzarse por serlo.
La más acomedida de las hermanas decían mis tías al recordarla. Si algo había que hacer, allí estaba mi madre presta y dispuesta. Un ejemplo de amor, pues regalo su vida a sus hijos, esposo y hogar. Se caso muy joven y dejó de estudiar a punto de graduarse para dar el cuidado necesario a mi hermano Erick, el primogénito. Su conocimiento adquirido de manera empírica la convirtió en toda una profesional en cuestiones del hogar y el cuidado de sus hijos. Si algo ella sabía era como cuidar correctamente a un bebé, cocinar, confeccionar nuestra ropa con sus propias manos, y tener su casa ordenada. Humilde pero siempre limpia.
Cuando pasamos por una etapa muy difícil y nos quedamos sin dinero, mis hermanos estuvieron a punto de quedarse sin estudios, pero mi madre salió a la batalla y pidió trabajo en un colegio católico donde pretendía atender la tienda. Pero la superiora, al ver su garra y corazón, dijo que ella no estaba hecha para eso porque merecía mucho más y le dio el cargo de maestra auxiliar para párvulos.
Allí permaneció trabajando durante ocho años, en los cuales sembró y cultivó semillas en muchos niños; muchos de los cuales lloraron, oraron y extrañaron su ausencia durante su enfermedad. Además, con su salario ayudó a mi padre a pagar los estudios de mis cuatro hermanos y muchas veces dejó de comprarse cosas para ella misma con tal de no descontar su dinero.
Entre las cosas que mi madre pensaba hacer a futuro estaba continuar con sus estudios para graduarse de maestra, aprender computación y estudiar la biblia. Planes que no llegó a realizar dado a la enfermedad que la sometió y postró en una cama. La misma enfermedad que acepto con conformidad y mucha fe, pues ahora que hago memoria, no recuerdo un solo lamento de su parte. Dios me va a sanar decía, y a ustedes los amo por sobre todas las cosas.
Cuando alguien muere se ve claramente que tipo de persona fue, y pueden pasar dos cosas: que llegue pocos al entierro ó que lleguen muchos. En el caso de nuestra madre, fueron muchísimas las personas que estuvieron presentes para otorgarle su último adiós. Eso nos llena de paz y nos da la satisfacción y conformidad necesaria para entender que nuestra madre le cumplió a la vida, dejó buenos recuerdos, y un claro ejemplo a seguir, pues hasta el último momento de su vida, nunca dejó de luchar.
Hoy sabemos que ella está en un lugar mejor, y que a nosotros nos queda honrar su memoria, hacernos de un nombre y seguir adelante como ella lo hizo, para un día volverla a ver.
Los buenos no mueren, los buenos descansan.