Guía Chiapas

Guía Chiapas La riqueza cultural y natural de Chiapas es tan inmensa como la calidez de su gente y la belleza de su territorio, visítalo y vive la grandeza del mundo maya.

¿Alguien conoce al fiscal del ministerio público, E. N. González González? Es que su niño está enfermo.En estos momentos...
08/07/2023

¿Alguien conoce al fiscal del ministerio público, E. N. González González?
Es que su niño está enfermo.

En estos momentos lo están llevando a una clínica del IMSS.

La madre del pequeño necesita saber si va a cubrir los gastos médicos del pequeñín, pero no lo puede localizar.

¿Alguien podría hacer favor de etiquetarle la nota o enviársela, ara que se haga responsable?

Es por la salud y los derechos de un menor.

El fiscal del MP de la Fiscalía Fronterizo Sierra, E. N. González Gonzáles, goza del derecho de presunción de inocencia, pero su menor hijo debe g***r del derecho a la salud.

¿Cuál derecho debemos priorizar?

Bellas palabras de un amigo para el médico veterinario José Ramón Domínguez Torres, muy bellas.Quizá es lo que a mí me h...
08/07/2023

Bellas palabras de un amigo para el médico veterinario José Ramón Domínguez Torres, muy bellas.

Quizá es lo que a mí me ha fallado en el caso de doña Martha Torres Espinoza: ser más asertivo.

Ojalá me disculpe el médico José Ramón, pero es por el estilo de redacción que no he aprendido a mejorar.

Me gustaron mucho las palabras de mi amigo Genaro Lopez porque habla de amor, y por eso las voy a transcribir enseguida:

"Por favor Ramon, reacciona, qué te esta pasando, ahorita tu mami necesita de ti, que la cuides, qué la apapaches, qué le des todo el amor que ella te brindó, cuando eras pequeño, los que te conocemos, sabemos que tus padres fueron muy buenos contigo, porque ahora quieres hacer daño a ese ser querido que te dio la vida? Recuerda que con la vara que mides serás medido. Es momento de pedir perdón a tu madre, lo que ellos hicieron en la vida en su matrimonio es de ellos, de nadie más, tu te dieron. Educación, profesión y ahora con lo que eres puedes tener y hacer más en tu vida. Arrepiéntete de todo el daño que le haces a tu madrecita, los comitécos los conocemos como familia unida, noble y trabajadora. Ojalá escucharas mis palabras, Dios te bendiga".

Muchas gracias, querido amigo, por esta importante contribución en favor de la justicia.

Entrevista a Doña Martha Torres Espinosa, sobre el gran amor de un hijo a sus padres. ¿Por qué su hijo la quiere lejos d...
28/06/2023

Entrevista a Doña Martha Torres Espinosa, sobre el gran amor de un hijo a sus padres.


¿Por qué su hijo la quiere lejos de su casa?

No lo sé, siempre vivimos bien y fue muy cariñoso conmigo, nunca él me faltó al respeto.

-Pero últimamente cambió, a juzgar por la querella en su contra, y por sacarla de su propia casa.

Sí, pero ya después que se fueron a vivir a mi casa, cuando se puso enfermo mi esposo.

-¿Quiénes se fueron a vivir a su casa?

Mi hijo, José Ramón, y su esposa, nosotros necesitábamos de quién nos acompañara, porque mi esposo estaba muy enfermo.

-¿No tenían a otra persona que viera por ustedes?

Tenemos una hija, la más chica, era la que nos cuidaba, pero ella tenía que viajar de Trinitaria a Jatón, y por miedo a la pandemia, decidimos que ya no llegara, para que no lo contagiara del covid.

-¿Fue por la pandemia que llegó su hijo?

Fue cuando llegó mi hijo José Ramón, y ya nos vino a cuidar.

-¿Y cómo se notaba al principio?

Le dijo a sus hermanas que nos iba a apoyar, que nos iba a cuidar, que nos iba a dar dinero, que no nos iba a faltar de comer, que nos iba a poner enfermera y nos llenó la cabeza de promesas.

-¿Y así lo hizo, les cumplió?

Resultó que unos meses sí, llegó a vivir a la casa más de un año, y ahí nos estaba medio atendiendo.

-¿Ustedes ya no podían valerse por si mismos?

En ese entonces yo corría por cuidar a mi esposo y para tener lista la comida, porque ellos llegaban a trabajar a Comitán mientras yo hacía la comida y siempre me ha gustado mantener mi casa arreglada, cuidaba las flores, y vendía productos para tener mi propio dinero.

-¿Y les cumplió con el dinero, con la enfermera?

Le dimos una casa en renta que tenemos y nos daba $4000 mensual porque ya no íbamos a poder sostener con la panadería que teníamos. Pero ya tiene dos años que él me dejó de dar dinero.

-¿Qué cambios notó en su hijo?

De repente él y su esposa comenzaron a portarse mal conmigo, pero yo paciencia, paciencia porque usted sabe que no es lo mismo estar viviendo con la hija que con la nuera y con el yerno, pero bueno, nunca yo me quejé de la nuera para no tener problemas, procuré no meterme con ella ni de discutirle ni nada y cuando ella me decía que no iba con ellos a las compras pues no iba, Sólo si me invitaban a Walmart los acompañaba yo, si no querían no, para no tener problemas con ellos, aunque a mí siempre me ha gustado tener mi dinero para poder sostenerme.

-¿Qué otros cambios hubieron en su hijo?

Luego me iba yo con mis hermanas unos dos o tres días, o me iba con la otra hija. Pero en una ocasión me dijo él “oye, mami, para que no estés vuelta y vuelta ¿Por qué no te vas unos ocho o quince días con tus hermanas o mis hermanas?

-¿Y usted qué le respondió?

Ess que me voy, hijo, pero una vez estando ahí ya me quiero venir, ya a los cuatro días ya no puedo estar allá”.

-¿Le gustó a él su respuesta o se enojó?

Entonces él me dijo “ah, bueno, entonces vamos a trabajar sobre eso”.

-¿Pero que era eso de trabajar en tal cosa?

Yo no le entendí, ni le di importancia, porque soy muy dejada, porque no le doy importancia a las cosas debido a que yo no pienso mal de las personas ni le deseo mal a nadie.

-¿Y la convenció de salir de su casa?

Sí, entonces ya me fui, pero cuando intenté regresar a mi casa ya no tenía yo entrada y me di cuenta porque él me mandó un citatorio para que yo fuera a sacar mis cosas de ahí.

-De su propia casa, la de usted.

Sí, ahí fue donde me di cuenta que él ya había puesto a su nombre el rancho, que porque yo se lo había dado en donación.

-¿Usted hizo la donación en favor del médico?

No, yo ni supe cómo ni cuándo pasó eso porque cuando yo fui a firmar al notario por unos papeles que me pidieron que se llamaba sucesión testamentaria entonces me dijo: "mami, vamos ir al notario porque vas a ir a firmar el papel de la sucesión testamentaria.

-¿Cuál sucesión?

Es me pedían un papel mis cuñados porque a mi esposo le dejaron un terreno de parte de su papá pero necesitaban ese papel mis cuñados, porque ya había mu**to mi esposo y como él me dijo que era la sucesión testamentaria no hablamos de escrituras ni de donaciones ni nada y fuimos, me leyeron el papel pero yo me sentía demasiado mal porque apenas tenía cuatro meses que mi esposo había fallecido, por eso no me di cuenta qué firmé ni nada; él me dijo "va usted a firmar aquí" y yo dije bueno, confié demasiado en él.

-Bueno, pero cualquier madre o padre confía más en un hijo que en un extraño.

Yo confié como si tuviera los ojos cerrados, yo confié en mi hijo totalmente, mi fe y mi esperanza y mi consuelo y todo lo volqué en él .

-¿Pero por qué?

Porque con él estaba; por eso cuando me dicen ahora "¿por qué no llevaste a alguien contigo?", yo les digo cómo voy a pensar que me va a hacer eso mi hijo, cómo iba yo a pensar que me iba a traicionar, porque eso es una traición.

-¿Y ahora cómo se siente?

Ahora aquí luchando por todos los medios para que no se pierda el caso, y ahora sólo tengo a mi hija, la que no me ha abandonado, y es la que me trae de aquí para allá.

(En dos días, publicaré la segunda parte)

Por fin pude tener una breve charla con la señora Martha Torres Espinosa (la entrevista será publicada en los próximos d...
27/06/2023

Por fin pude tener una breve charla con la señora Martha Torres Espinosa (la entrevista será publicada en los próximos días), porque tenía algunas dudas, ya que una seguidora sugirió que quizá ella estaba enfrentando un “karma”.

¿Ella le habrá negado el pecho?

Esa fue mi primera pregunta cuando leí ese comentario, porque de ahí pudo venir la ingratitud de su único hijo: varón, macho, masculino.

Pero no; le dio chichita de más; por lo menos un mes extra, según los médicos, ya que recomiendan seis meses de amamantar, y es una de las etapas en las que los hijos e hijas adquirimos apego a la madre.

¿Ella lo abandonó en alguna etapa de su vida? Porque tal situación pudo haber desencadenado un sentimiento adverso hacia quien le dio vida y lo amamantó.

Pero tampoco; Doña Martha Torres Espinosa llevaba a su hijo al Jardín de Niños, tomado de la mano, lo mismo que su esposo (q.e.p.d.), como suele ocurrir entre las familias que se apoyan entre sí. También ocurrió lo mismo con la primaria. Obviamente, ya no lo llevaban de la mano cuando fue estudiante de secundaria, preparatoria y universidad.

Entonces, ¿qué “karma” puede estar pagándole a su hijo, Doña Marthita? ¿De dónde vino ese sentimiento negativo como para sacarla de su propia casa, donde él fue criado, consentido, protegido? ¿Y querellarse en su contra por allanamiento de morada, si quien construyó la vivienda fue precisamente la propia madre y su esposo? ¿De dónde la ingratitud? ¿De dónde? ¿De dóóóónde?

Bajar los 145 metros de la Sima de las Cotorras, sita en el municipio de Ocozocoautla, Chiapas, en la Reserva de la Biós...
26/05/2023

Bajar los 145 metros de la Sima de las Cotorras, sita en el municipio de Ocozocoautla, Chiapas, en la Reserva de la Biósfera "El Ocote", era un reto pendiente para 2009, lo mismo que recorrer el río San Vicente en Tzimol y subir el Tacaná, allá en la frontera con Guatemala.
Con Sari, Lalo, Deni, Eliseo y Jany llegamos el domingo 18 de enero, muy temprano, pero no lo suficiente como para ver la salida en espiral de las cotorras.
Luego de esperar el paso de alguna cotorra verde y, mientras tanto, reposar el desayuno en el restaurante del bello lugar, nos encaminamos hacia el sitio donde se haría el descenso.
Francisco Díaz San Román, el guía, había tirado al precipicio una larga cuerda, superior a los 145 metros, según sus propias palabras.
Y, una vez firmada la responsiva, colocó mosquetones, arnés, cintas, pechera, pedal, puño, crol y cinta de anclaje.
Al final puso la "rosadera", para evitar daño en la cuerda y eventuales accidentes, para lo cual la Sari se había hecho cargo, invocando a la corte celestial.

Inicia el descenso…

Era un buen día, con un Sol indulgente, las nubes habían hecho su parte, cubriendo mi cabeza, allá en lo alto.
"Échese para atrás, suelte la cuerda, apriete el…।", explicaba Francisco; mi vida dependiendo de sus destrezas.

De pronto me vi en pleno descenso, gruesas gotas de sudor frío mojaban la frente, pero llegamos con relativa facilidad al fondo de la sima, ahora protegidos con la espesa sombra de los árboles de chicozapote, guayabillo, caobas, jocotes y cedros.
Jany arribó más tarde, sin dificultad alguna; nos encaminamos a la gruta, donde la chica pidió no entrar por fobia a las arañas.
Recorrimos, bien abajo, los 90 metros de esa gruta, donde seguramente, hace miles de años, viajó algún río subterráneo, a juzgar por el arenal que se encuentra en el lugar.
La luz del casco alumbraba el camino, de ida y vuelta, para poder admirar las extrañas figuras compuestas por estalagmitas, estalactitas y estalagmetos, en la sinuosa cueva.

¿Dónde estaban las cotorras? ¡Quién sabe!

El ascenso…

Pero aprender la técnica del rappel para el ascenso me tomó varios minutos. Como mera práctica comencé a jalar la cuerda, y a subir.
No dominar el mecanismo hacía trabajoso el intento, pero eso se remediaba con el uso de la fuerza de brazos y pierna, una de ellas: la del pie de apoyo.
Los primeros cinco metros los habré hecho con las dificultades de todo novato, pero los cinco siguientes resultaron más complicados, y aún faltaban más de 130 metros.

Comencé a sudar.

Minuto a minuto las cosas se complicaban cada vez más. ¿Dónde estaban las cotorras?
Cinco metros arriba estaba realmente exhausto. Jany y el guía me invitaban a seguir adelante, pero me resultaba difícil.
Me abracé de la cuerda como náufrago en alta mar, pensando en descansar. ¿Dónde estaban las cotorras?
Minutos después, a insistencia del guía y Jany, decidí reiniciar, recuperadas algunas fuerzas.
Opté por contar hasta tres para dar un tirón, luego otro y uno más, invocando ya a la fuerza de la voluntad, no al físico.
A los tres intentos el descanso se hacía inevitable, no había cómo seguir jalando hacia arriba.
Luego de un brevísimo descanso otro intento: uno, dos, tres y tiraba hacia arriba; y otro conteo de tres para el segundo tirón ascendente.
Al tercer intento de ascenso con el conteo a tres hice un descubrimiento: ya sólo tenía fuerza para intentar un jalón, uno solamente, para luego ponerme a descansar.
Ahí el guía corrigió mi técnica para descansar, pues mi forma de hacerlo sólo me desgastaba más.
"No se agarre de la cuerda, descuelgue los brazos, haga el cuerpo hacia atrás sin miedo, como intentando acostarse". Lo intente y resultó, pero ya quería quedarme ahí para siempre, o dormir un rato; no era buena señal.

Comenzaba a preocuparme.

¿Dónde estaban las cotorras?...
Después de varias llamadas de atención y convocatorias poco amables a seguir hacia arriba, decidí volver al conteo, pero ahora hasta cinco.
Uno, dos, tres, cuatro ¡cinco!, y dale un tirón.
Y así sucesivamente, hasta alcanzar otros cinco metros. Ahí encontré un peñasco donde pude pararme, para ya no estar en vilo.
Los minutos trascurrían a ritmos distintos: rapidísimos para mí, y eternos para mis compañeros de travesía.
Diez minutos después volví a la cargada.
Uno, dos, tres, cuatro ¡cinco!, y hacia arriba.
Uno, dos, tres, cuatro ¡cinco!, y otros 30 centímetros más.
Después, sin embargo, ya ni a los cinco podía dar el jalón ascendente.
Otro descanso de 10 minutos, brevísimos para mí, y a jalarle de nuevo.
Entonces el guía desesperó y llegó hasta donde me había estacionado.
Con su motivación volvía a la estrategia del conteo, pero ahora pronunciaba otros números.
Decidí cerrar los ojos y así, mientras invocaba el apoyo de las cotorras verdes, en cuyo nombre había hecho el descenso, contaba hasta diez, y tiraba.
Uno, dos, tres, cuatro cinco, seis, siete, ocho, nueve, ¡duro!, y otro tirón hacia arriba, para estacionarme otros diez segundos, o quizá más.
Una hora después alcancé la copa de un árbol de chicozapote, de unos 60 metros de alto, generosa su sombra, poderoso el tallo. Quise alcanzar una rama.
Mirar hacia arriba era desesperante, porque la cuerda parecía infinita, pero voltear hacia abajo era escalofriante.
No había de otra: o seguía o… No, aquellos tiernos abrazos recibidos antes del descenso no debían ser los últimos.
La pierna derecha comenzó a flaquear, y de hecho perdí toda posibilidad de intentarlo con ella. Un calambre amenazaba sobre la extremidad, había dado lo último.
La izquierda salió al paso, de pronto parecía retomar el paso, pero al poco tiempo también dio de sí, porque los brazos casi no ayudaban, no debía dejarle toda la responsabilidad a la zurda.
El esfuerzo, a esas alturas, era titánico.

Pero, ¿dónde estaban las cotorras?...
Cada jalón hacia arriba acaba con mis reservas de glucosa.
El guía estaba desesperado, pensando ya en subir para pedir auxilio a Protección Civil.
De pronto una abeja se posó sobre mi ojo izquierdo, amenazando con su aguijón mi párpado, por mero reflejo lo cerré a tiempo. El guía lo vio y bajó dos metros.
"No se mueva, no toque su cara, se la voy a quitar", dijo, preocupado.
Un piquete del avispón hubiera desencadenado en mi cuerpo una reacción alérgica: calentura instantánea, comezón en todo el cuerpo y vómito habría enfrentado, a mitad del cerro. Sólo una dosis de avapena me habría salvado la vida, pero eso implicaba suspender el ascenso y mandar por el medicamento; Francisco, mi paciente guía, debía hacerla de enfermero, a esas alturas.
Con un golpe rápido del dedo medio, el guía quiso quitármela de encima, pero falló en su primer intento, y antes de ver el aguijón aumentando mi predicamento, me la quitó, en el segundo movimiento.
La calma (relativa) volvió a mi agitadísimo corazón.
"Apúrese, haga un último esfuerzo, porque aquí hay una colmena, no se vayan a enfadar las avispas de usted", dijo, aprovechando la situación.
Quién sabe de dónde pero súbitamente me hice de la fuerza suficiente para avanzar con mejor técnica y rapidez.

Ufff y recontra ufff….
Al fin llegamos al metro 100, bueno, al 99, donde ya no pude avanzar un centímetro más.
Pero en ese tramo había lugar dónde poner los pies, para escalar de piedra en piedra, poniendo a trabajar otros músculos.
De ese modo alcancé el metro cien, aún a 45 unidades de la cima, muy lejos de donde quedaron amarradas las cuerdas del rappel, prendidas al árbol de higo de pedregal, con tres anclajes de seguridad.
Por fin podía suspender el rappel, para terminar el ascenso a pie, por tierra firme, en el sendero hecho para hacer la llamada Caminata Perimetral de la Sima de las Cotorras, hasta arribar al restaurante.
A pesar de todo, avanzar de ahí hasta donde me esperaban esposa e hijos no fue sencillo, pero a aunque desfalleciera, había donde acostarse para reposar los músculos.
Decidí, no obstante, avanzar hacia donde ya me esperaban con ansiedad, obviamente a paso muy lento, pero ya sin la tensión del rappel.
Diez metros antes de llegar grité con todas mis fuerzas para solicitar auxilio, y así, con apoyo, alcancé llegar a piso firme, en el restaurante, donde la Sari, al fin médico, me brindó los primeros auxilios, ofreciéndome un trago de coca-cola, para recuperar la glucosa y, luego de quitarme las botas siete leguas, me recostó.
Carta de las cotorras…
Minutos después desperté frente a una carta de una de las cotorras de esta sima, la dejaron ahí antes de partir:
"Hola ¡Soy la cotorra verde y te doy la bienvenida a mi casa, la Sima, una verdadera maravilla geológica…
Solía vivir desde el centro de México en los estados de Oaxaca, Oaxaca, Veracruz, Tabasco, Chiapas, hasta Centro América, en Guatemala. Sin embargo, la cacería ilegal y la venta de muchos ejemplares de mi familia me ha puesto en serio peligro de extinción. Ahora vivo en territorios cada vez más pequeños.
Luzco un plumaje totalmente verde con pequeños puntos naranjas en el cuello, los cuales me diferencian de mis otros parientes. Desde mi cabeza hasta la punta de mi cola mido unos 30 cm. A pesar de ser ligera (aproximadamente 250 gramos) soy fuerte y mi pico es bueno para romper nueces duras.
Me podrás observar en la sima en los meses de marzo a octubre debido a que encuentro aquí mi alimento (higo, zapote y mujú). Me encanta este lugar Aquí puedo buscar mi nido en sus altas paredes alejados de los cazadores y reproducirme con toda tranquilidad. Cada año en los meses de marzo y abril, pongo dos huevos que protejo durante 45 días hasta que finalmente veo nacer a mis chiquillos. Los cuido con mucha atención durante tres meses buscando el alimento por ellos, hasta que se vuelven independientes.
Ahora que ya conoces un poco más de mí disfruta de la maravillosa sima y disfruta escucharme mientras vuelo en su interior. Te pido el gran favor de no comprarme en los mercados y si me ves atrapada, ayúdame a encontrar la libertad otra vez.
Agradezco mucho a mis amigos de la Cooperativa Tzamanguimó por cuidarme y respetarme y a ti porque con tu visita participas en conservar mi casa".
La Cotorra Verde
(Aratinga holochlora)

Por cierto, Jany subió con suma facilidad, utilizando un diez por ciento del tiempo invertido por mí. Y no sólo subió hasta el paso de la Caminata Perimetral, sino hasta la cima, como para demostrar que “sí se puede”.
Ella, por supuesto, es joven, fuerte, no toma trago ni fuma, y seguramente practica algún deporte.

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27/02/2022

Aquí, en esta maravilla de lago, de los más de 60 lagos que hay en La Trinitaria, Chiapas, llevé el susto de mi vida, un día que fui de paseo con mi familia.

Iban mis hijos, ya adolescentes, mi esposa y otras personas más, con ganas de ver las profundidades del lago, sus diversos colores, las islas de un lado y de otro, los pececitos, muy emocionados.

Yo le pedí al balsero si podía hacer el favor de llevarnos más lentamente, porque deseaba ir a nado, detrás de la balsa. El hombre dijo que sí.

Eso de nadar para mí era indispensable en ese momento porque hasta ese tramo del día no había hecho un solo minuto de ejercicio, lo cual no es nada bueno. Mi función en ese viaje había sido la de chofer, o guía de turistas.

Ya habíamos visitado cuatro o cinco lagos de los del Parque Nacional Lagunas de Montebello, pero en cada uno sólo llegábamos a mirar, tomar fotografías, comprar souvenirs y comer de los platillos regionales, tan deliciosos.

En los Lagos de Montebello mi platillo preferido era el queso de hoja de guineo que colocan en el comal, con frijol de la olla y chirmol o salsa picante. Con eso, más unas tortillas de maíz hechas a mano y café calientito, me pueden hasta envenenar y me muero con gusto.

Ah, pero volviendo a mi difícil experiencia, resulta que cuando arrancó el balsero, yo me lancé detrás, avanzando al estilo crol.

El agua ahí era tan tranquila y transparente, algunos peces asomando tímidamente por las orillas, pues se antojaba el chapuzón.

Todo iba bien hasta que la emoción comenzó a embargar a los paseantes y se olvidaron de mí.

Pero no sólo se olvidaron ellos, sino también el balsero, quien al principio conducía respetando el pacto, o mi petición, mas la belleza del lugar y el bullicio de los turistas lo motivó a que comenzara a imprimir un ritmo un tanto acelerado.

Yo hice lo propio, procurando que la balsa no se alejara de mí un par de metros, pero definitivamente más adelante el hombre le echó mayor enjundia y de plano rebasaba mi velocidad.

¿Qué más podía yo hacer? Meterle velocidad, porque aquí no aplicaba aquello de “es mejor paso que dure y no trote que canse”, porque si no le aceleraba el ritmo me podía quedar a media laguna.

Tampoco podía yo ponerme a gritar, “auxilio, socorro, no me dejen, ya no aguanto, ey, ey, ey, párense tantito”; eso era hacer el gran ridículo. ¿Quién me había obligado a retar al balsero?

Y no era reto, más bien yo le había pedido favor que me permitiera ir nadando detrás, suplicándole que navegara con lentitud.

Total que le tuve que acelerar mi braceo para alcanzar a los paseantes, y cuando ya los tuve a mano simplemente me colgué de esos grandes trozos y me dejé llevar.

Colgado, yo escuchaba los tumbos de mi corazón, fuertísimos, un tanto por el ritmo impuesto y otro poco por el miedo, aunque era obvio que en cualquier momento mis familiares podían voltear a ver y comenzar a gritar si me veían muy atrás de la balsa.

Y seguramente me veían, pero me veían bien, cerca de la nave, sin imaginar que a la velocidad del balsero solo el estadounidense Michael Phelps le podía aguantar.

Cuando ya dejé de escuchar mi corazón acelerado decidí subirme a la balsa, busqué una toalla entre mis pertenencias, me sequé, y decidí terminar el viaje como todos los demás.

Para la próxima lo más seguro será amarrarme un kayak o cualquier inflable a mi cintura, para nadar a mi ritmo, sin competir contra ningún balsero, porque ese lugar es extraordinariamente bello, y bien vale la pena echarse el chapuzón.

Disraelí Evander Angel Cifuentes

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Rappel en la Sima de las CotorrasEntonces el guía desesperó y llegó hasta donde me había estacionado, exhausto, muriendo...
09/02/2022

Rappel en la Sima de las Cotorras

Entonces el guía desesperó y llegó hasta donde me había estacionado, exhausto, muriendo.

Intentó persuadirme a seguir haciendo otro esfuerzo.

Con su motivación volvía a la estrategia del conteo, para subir, pero ahora pronunciaba otros números. ¡¡¡1, 2, 3!!!

Decidí cerrar los ojos y así, mientras invocaba el apoyo de las cotorras verdes, en cuyo nombre había hecho el descenso, contaba hasta diez, y tiraba hacia arriba, con mis escasas fuerzas.

Uno, dos, tres, cuatro cinco, seis, siete, ocho, nueve, ¡duro!, y otro tirón hacia arriba, para estacionarme otros diez segundos, o quizá más.

Una hora después alcancé la copa de un árbol de chicozapote, de unos 60 metros de alto, generosa su sombra, poderoso el tallo. Quise alcanzar una rama.

Mirar hacia arriba era desesperante, porque la cuerda parecía infinita, pero voltear hacia abajo era escalofriante.

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