18/01/2021
KENIA. Leopardo cazando.
Fotografía y texto: Jesus Amunarriz
LA PIEL DEL GUERRERO: UNA HISTORIA DEL MITO DEL LEOPARDO EN AFRICA.
No hace falta investigar demasiado para descubrir que el leopardo ha sido considerado siempre en África un animal místico, un símbolo que ha sido representado en la iconografía africana desde los tiempos antiguos.
Su presencia en pinturas y relieves es constante desde hace milenios: no sólo en los sarcófagos de las distintas Dinastías egipcias, sino en los regalos que este pueblo y el pueblo nubio entregaban a los reyes. Los atuendos sacerdotales y ciertas divinidades también utilizaban su piel, y algunas representaciones recogidas en papiros muestran al oficiante ataviado con la piel del leopardo.
En la tumba de Sennedyem, en la necrópolis de Deir el –Medinah, se disponen sobre las placas de piedra manchas cuyos trazos dibujan la perspectiva y el aspecto de este felino; y también en la estela de Nefertiabet, que descansa en el Museo del Louvre. Otras escenas de esas épocas pretéritas reproducen los rosetones de la piel del leopardo: Por ejemplo en la necrópolis de Tebas, en la tumba de Sennefer, o en los textos jeroglíficos antiguos, donde se identificaba al rey con el leopardo, en un constante intento de adquirir su valentía, para que el hombre-dios demostrara también su poder inmenso.
Desde siempre, el rugido y la sombra del leopardo habitan las noches de África y sus secretos oscuros. Los miembros de la sociedad secreta de los “Aniotas”, en el Congo Belga colonial, practicaban el as*****to ritual contra sus enemigos simulando el ataque del leopardo, utilizando para ello una especie de túnica y capucha manchadas que reproducían su piel e incluso su cola, imitando el asesino el grito sordo del animal con un pequeño instrumento fabricado con tierra cocida y disponiendo en sus dedos cuchillas metálicas a modo de garras aceradas.
Ya fuera por venganza o dentro de los ritos de iniciación para pertenecer a esa secta secreta, lo cierto es que la muerte de la víctima siempre era misteriosa y nocturna.
Los “hombres-leopardo” nunca atacaron a los blancos en el Congo colonial. Las muertes salvajes, con cadáveres mutilados y con profundas heridas en la garganta, tal vez tenían su última razón de ser en la rivalidad entre los pueblos Bapakombe y Wanande, pero en cualquier caso los asesinos se apropiaron del poder, de la magia y del miedo que sin duda infundía un animal único.
Lo mismo ocurrió en Liberia y Sierra Leona; y lo cierto es que se pueden encontrar cultos animistas muy parecidos por todo África: siguiendo las mismas pautas, con la misma estructura criminal y vengativa creada para proteger la fraternidad de las sectas.
Los Njee, otros enigmáticos “hombres-leopardo”, esta vez en Camerún, forjaron también su poder y su nombre con el mismo animal totémico. Y aunque tal vez da igual que algunos digan que en realidad no eran otra cosa que bandas de asesinos rituales, caníbales o vulgares bandidos organizados - cobardemente organizados para hacer recaer la sospecha de sus crímenes sobre un animal esquivo y difícil de encontrar - no existe duda de que los “hombres-leopardo” estaban íntimamente ligados a los ritos, muy cerca de los jefes religiosos y recibían una formación que iba más allá del espíritu humano del iniciado.
El secreto total y la solidaridad entre los miembros del culto eran determinantes; y la magia y la ceremonia siempre estaban presentes, convirtiendo a los hombres en fieras que castigaban a los culpables o a las víctimas propiciatorias.
Y la conexión del hombre con el leopardo sigue extendiéndose sin parar por todo África a lo largo de los siglos. Las tribus del Manikongo, en el antiguo reino del Congo, creían que el felino era su primer antepasado, por lo que descendían mágicamente de él. Y en Benin se identificaba al rey con el mismo animal, señor de la selva; y, de hecho, su piel era el símbolo de mando en todo el África Ecuatorial.
Mobutu, el tristemente famoso dictador del Zaire, el gran Mariscal, el autoproclamado “Leopardo del Zaire” o “Leopardo de Kinshasa”, siempre iba a los actos oficiales con su cabeza cubierta con un bonete o tocado en piel de leopardo, el atributo de los reyes.
Por ello creó La Orden Nacional del Leopardo, la más alta condecoración honorífica del Zaire - actual República Democrática del Congo -. Él, cómo no, se atribuyó el título máximo: Gran Canciller de la Orden. Al fin y al cabo Joseph-Desiré Mobutu decidió llamarse, una vez que accedió al poder: "Mobutu Sese Seko Kuku Ngbendu Wa Za Banga", esto es, traducido, “el guerrero todopoderoso que en razón de su dureza y voluntad indomable de ganar, irá de conquista en conquista dejando el fuego tras sus pasos”.
Seguimos el viaje del mito y el leopardo: En la tradición bantú el leopardo es considerado aún hoy como el animal más astuto, y su piel es sagrada.
Y los viejos reyes de Zambia, como Chanyika III en la Ceremonia de Lunda Lubanza en el alto Zambeze; o el rey Litunga de ese mismo país. O toda suerte de guerreros, como los luchadores Dinkas de los pantanos del Sudd, en el Nilo medio de Sudán del Sur, o los Zulúes de las grandes gestas épicas en el Africa Austral, portan y portaban pieles de leopardo al ir a la pelea y a la guerra.
De hecho, a veces parece mentira que hayan existido tantos leopardos en África, y aunque los guerreros o los reyes sean en gran medida - para la magia - el destino de su espíritu transmutado, no es un consuelo. Es un animal demasiado hermoso al que no se tendría que haber castigado tan cruelmente para robarle su piel sólo por nuestra envidia.
Uno de los cultos más extendidos de Sudáfrica, la Iglesia Bautista de Nazareth, también conocida como “Shembe”, utiliza la piel del leopardo como parte esencial del atuendo de los líderes de esta Iglesia.
Y esa mezcla de cristianismo y de la cultura Zulú, con sus cinco millones de seguidores, ayuda, una vez más y con el resto de mitos, a forjar el camino de la extinción del felino.
No cabe duda, los auténticos reyes, los guerreros, son sombras en los bosques África.
Es sabido que los poderosos buscan la fuerza, la protección y el poder; y también la magia y el temor de los otros a través de los sueños y de la piel del leopardo. Siempre ha sido así y aún lo sigue siendo.
Aún hoy en día muchas de esas ceremonias y ritos se mantienen vivos en el África profunda: algunos acaban al anochecer y otros comienzan cuando las estrellas despuntan en el cielo. Con la noche, surge la fuerza, la caza y el secreto. Y la piel dibujada con rosetones irregulares y asimétricos de los reyes, de los asesinos y de los guerreros recorre el bosque y la sabana, anunciando su poder y buscando a sus vasallos y a sus víctimas.
Pero entonces, cuando todo acaba, son ellos: los reyes, los únicos reyes, los verdaderos guerreros y asesinos nocturnos, quienes rugen solitarios desde su lugar oscuro antes de devorar a sus presas.
Nos gustaría ser como ellos y los imitamos, pero es imposible alcanzar su misterio. Sólo somos hombres: débiles y desnudos con nuestra ligera y vacía piel de humanos.