26/11/2023
La hechicería amorosa de Constanza de Esquivel y María de Villarreal.
El 09 de enero de 1582 en la Villa de Llerena, minas de Sombrerete se inició el proceso
criminal contra Constanza de Esquivel, de origen español, casada con Miguel Jerónimo, antiguo
alcalde de la cárcel de dicha villa. La acusación la señalaba como practicante de hechizos y
vanas, y responsable de cometer actos supersticiosos en contra de la santa fe católica:
Ha hecho hechizos y vanas y ha usado de cosas contra nuestra santa fe católica para saber lo
porvenir, y lo que se hacía en partes remotas y apartadas y nuevas; lo cual hacía con indias
chichimecas de su servicio que les hacía tomar el pe**te y que lo bebiesen y comiesen para que
las tales indias hablasen con el demonio para que le dijesen lo que se había hecho en partes
remotas y apartadas, y usaba de otras ceremonias (Doc. cit., 2, fj.1).
El primer testigo fue Juan Muñoz, vecino de la villa, quien acusó a Esquivel de los delitos de la
cabeza del proceso y otros más. Dijo que estando preso en la cárcel, un día vio que esta señora
de manera sospechosa se encerró en un aposento durante dos o tres horas. Porque él había
escuchado que la habían desterrado de las minas de los Zacatecas por hechicera, y por esta causa
procedió a hablar con Catalina, india chichimeca, esclava de la pareja. Le preguntó que qué era
lo que su ama había estado haciendo; a lo que la muchacha contestó: “que su señora había estado
mirando si venía su marido de Guadalajara” (Doc. cit., 2, fj.1v). Consternado, Muñoz cuestionó
que cómo era posible, y la india le explicó lo que su señora hacía: “tendía una frazada debajo y ponía encima de la frazada una taza de vidrio y la hundía de agua hasta arriba y que luego
comenzaba su señora a santiguar con la mano, diciendo: “Señor san Julián, suertes echastes [sic] en la mar, y si buenas las echastes [sic], mejores las habéis de sacar. Súfraos por vuestra santidad
y ruego por vuestra santidad” (Doc. cit., 2, fj.1v).
Por medio de esta declaración y las de los
diversos testigos surgió poco a poco la trama. Se narró cómo Esquivel hacía uso de plantas como
el pe**te, el toloache, el estafiate y el anís, para cuestiones amorosas, “amarrar” a su marido y
evitar que éste se fijara en otras mujeres y, al mismo tiempo citaba algunas oraciones con el
mismo fin.
La declaración de Esquivel permite observar que en relación al terreno afectivo y amoroso, las
mujeres novohispanas compitieron constantemente para conservar/atraer al hombre amado; asimismo, muestra que a pesar de que éstas debían cumplir con un rol restrictivo estereotipado en el “deber ser femenino”, se las ingeniaron para explorar y satisfacer diversas necesidades por medio de la hechicería amorosa, definida como “el conjunto de creencias y prácticas que tenían como objetivo la posesión del ser amado sin respetar y tomar en cuenta su facultad de decisión” (Quezada, 1987: p.275).
La realización de este tipo de magia estaba ligada a la sexualidad y al erotismo, ya que en su mayoría vinculaban actividades extraconyugales que buscaban el placer y no la reproducción, vulnerando así el matrimonio -preceptos que sustentaban y reproducían el esquema social colonial-, ya que “con la ayuda de la hechicería amorosa se podía acceder al adulterio, a la simple fornicación, a la prostitución, al amancebamiento” (Quiñones, 2006:
p.109).
A su vez, dichos afeites tenían la capacidad de enamorar, desenamorar, imposibilitar
sexualmente y cualquier otra finalidad a través de oraciones, bebedizos, conjuros y rituales de
los que eran asiduos creyentes hombres y mujeres que acudían a hechiceras -que tras realizar el trabajo recibían una paga por ello-, quienes poseían los medios y saberes que usaban para moldear la voluntad. (Quezada, 1987:p.269; Esparza, 2018: p. 190).
Al acudir a la hechicería amorosa, las mujeres esperaban aliviar preocupaciones relacionadas al matrimonio, la infidelidad, la soltería, “el amor” e, incluso, satisfacer sus necesidades sexuales,
debido a que buscaban mantener o incrementar el afecto de un hombre determinado, ya fuera su esposo, pretendiente o amante; en caso de ser soltera desposarse con un buen partido que le «asegurase no solo su sustento económico de cara al futuro, sino una posición socialmente aceptada»; si ya se era casada, evitar las infidelidades o los maltratos del cónyuge; si se tenía un amante obligarlo
a retornar al lecho y evitar que el marido se diera cuenta de la situación (Acevedo, 2019: p.57).
Así como lo confesó Esquivel tras ser confrontada, mencionó que varias de las oraciones las supo de María de Villarreal, especialmente dos: una a santa Marta, rezada para que los esposos permanecieran a lado de sus mujeres y, otra a una estrella, para lograr el afecto del hombre deseado y hacerlo perder el sosiego. Villarreal también le recomendó que hiciera lo que ella había hecho con su esposo, Diego Barroso, quien se hallaba perdido y enamorado de una mujer.
Para regresarlo con ella, María buscó la suciedad (sangre de la menstruación) de ésta e hizo un
hoyo en la tierra en donde la metió hasta que se puso mohosa. Constanza no recordó si María
mencionó si se la dio a comer a Barroso o le sahumó las camisas con ella. De esta forma,
aseguraba que el marido infiel aborreció a la amante y ya nunca se le volvió a acercar; asimismo, María le mencionó que se lavara con unas hierbas (toloache), al igual que lo hacía ella, pero que no se limpiara mucho, que quedara húmedo el cuerpo; de esta forma cualquier hombre que se acercara no se podría retirar.
Por su parte, los hombres pretendían infundir pasión erótica sin ningún tipo de compromiso,
“alcanzar los favores de una mujer con fines eróticos o de prestigio amoroso […] así como
proteger su virilidad” (Acevedo, 2019:p.56). Como se muestra en la siguiente descripción:
Juan Pérez era un mestizo y estaba casado con Magdalena García, una mulata libre, y ambos
vivían en Sierra de Pinos. El hombre explicó haber traído unas hierbas que servían para atraer
mujeres y para asegurarse contra habladurías. Este remedio se lo proporcionó un indio de nombre Agustín, de quien se aseguraba que falleció unos cuantos meses atrás. Por su parte, a Francisco de Ontiveros se le acusaron de haber recibido unos polvos de parte de una india que para la fecha de la denuncia ya estaba mu**ta; esos polvos servirían a Francisco para suministrárselos a una amiga suya en el chocolate, con la finalidad de conseguir su amor. (Esparza, 2018:p. 191)
Cabe mencionar que la hechicería amorosa novohispana fue el resultado del mestizaje de
creencias españolas y autóctonas, pues con la llegada a América los españoles tuvieron que
adaptarse al nuevo contexto por lo que “sustituyeron las sustancias empleadas en el Viejo Mundo por hierbas, raíces, polvos y demás materiales asequibles en la nueva geografía; por
ejemplo, el pe**te tomó el lugar de plantas europeas con similares propiedades alucinógenas y narcóticas -mandrágora, beleño y belladona-, mientras que el maíz remplazó a las habas en
ciertas prácticas adivinatorias” (Acevedo, 2019: p. 59).
Regresando al proceso acusatorio hecho a las sevillanas: para su resolución, el juez hizo una
última evaluación del mismo y sentenció a Constanza de Esquivel a pagar 100 pesos de oro común, más 25 pesos de costas al escribano y cinco pesos para el juez, por 45 firmas; y a María
Villarreal, a pagar 30 pesos de oro común e, igualmente, en las costas, cantidades que serían
dirigidas a la Cámara de su Majestad, y la mitad, para las obras públicas de la villa. Sin embargo,
la sentencia le pareció injusta a Villarreal, quien apeló el caso ante el Alcalde Mayor, don Alonso
Carvajal. Éste lo remitió a su teniente, Juan Gutiérrez Castellanos (a quien había pretendido
María de Villarreal). Con este auto fechado el 23 de febrero, abruptamente termina el
documento, no sin antes hacer mención que ambas mujeres y sus respectivos maridos solicitaron que se les entregaran a sus criadas.
Frontera y mentalidades: relaciones sociales de mujeres a través de la hechicería en Sombrerete, Zacatecas (1570-1669).
Brenda Alejandra Menchaca Montoya