09/07/2023
La región sureste del estado de Veracruz, no solo es privilegidad en bellezas naturales, musica, tradiciones o gastronomia, la abundancia en cuanto la diversidad de leyendas y mitos que han sobrevivio de generación de manera oral en los pueblos de esta región, solo adentrarte a uno de los muchos pueblitos de zona parece tranportarte en el tiempo a lugares llenos de magia, por eso hoy le comparto una leyenda de origen zoque-popoluca, la cual posee diferentes variantes sin perder el misterio y cultura que encierra.
EL NIÑO DE HULE
Je’m Juuñchu’ts
En una pequeña comunidad rodeada de montes y capulines, había una familia humilde que se resguardaba en una casa de palma con cañas de otate que en las noches de tanto movimiento tronaba y llenaba de ruidos su interior. Como estaban cerca del bosque, todas las madrugadas escuchaban misteriosos chiflidos que venían de lo lejos del monte hasta que poco a poco se acercaban a las matas de unos capulines que crecían a las afueras de la casa.
Todas las mañanas, la señora de la familia salía a limpiar el patio de su casa, y veía siempre los restos tirados de capulín en el suelo. Como no sabía que era, le preguntó a su esposo sobre este extraño suceso; el señor le dijo que era el -Juuñchu’ts- “El Mu**to de Hule”, – eso cuentan que llega desde el monte hasta las casas solas y entre árboles para poder ch**ar la mollera de los niños pequeños y cuando el chiflido se escucha lejos, entonces el Mu**to de Hule está cerca y cuando su chiflido se escucha cerca es cuando está lejos -.
Un día el señor y su esposa se fueron a una fiesta lejos de su tierra y como no tenían familiares cerca de ellos, decidieron dejar a sus dos hijos pequeños en la casa, la mayor era la niña y el menor era el niño; ambos se quedaron solos. Les dijeron que se cuidaran uno al otro porque ellos regresarían en tres días. A la mayor le dijeron: -cuida de tu hermanito y que cuando veas que el sol se esté ocultando, encierra a los pollos en su gallinero; y que cuando ya esté de noche también cerrarás las puertas de la casa. No le abrirán a nadie hasta que se haga de día otra vez -.
Muy puesta la madrugada los papás emprendieron su camino para estar a tiempo en la fiesta, y la niña esperó que cayera el sol, entonces realizó lo que le indicaron sus padres; llamó a los pollos para encerrarlos en su corral, después puesta la noche cerró de puerta en puerta toda la casa y los dos pequeños se fueron a dormir.
Cuando tocaron las doce de la madrugada, se escuchó un chiflido desde el monte que poco a poco se iba acercando, pero en realidad el Mu**to de Huele estaba lejos; sin embargo, los niños no sabían eso. Cuando volvieron a escuchar el chiflido, ya se oía lejos y pensaron que ya se había ido, cuando en realidad estaba cerca; el Niño de Hule estaba en los árboles de capulín, hasta que sigilosamente se posó cerca de la casa.
El hermanito aún muy chiquito comenzó a llorar de miedo y la niña se quedó atenta junto a él. Pasó la hora y se dejó de escuchar el chiflido porque el Niño de Hule estaba comiendo las semillas de capulín. El niño se quedó dormido en el tapanco y la niña se fue a dormir en la suya. Cuando ya llevaban las horas durmiendo, la niña se despertó y se dio cuenta que junto al tapanco de su hermanito estaba la sombra de un niño; la niña no sabía quién era y como había llegado ahí, y mientras seguía observando, se dio cuenta que ese misterioso niño tenía las patas al revés. No pasó mucho cuando la hermana mayor vio que ese niño extraño le hacía un hueco en la cabeza de su hermanito para comerle la mollera, pero ella no lo sabía, y después de haberse alimentado, se alejó hacia el monte.
Amaneció el segundo día, y al despertar, la niña se acercó a ver a su hermanito para darse cuenta que ya estaba mu**to. Ella lloraba mucho, y al pasar la hora sin detener su llanto, algunos vecinos fueron a verla; la niña les contó y sin saber cómo calmarla se quedaron un rato más; le dijeron que para darle descanso al pequeño hiciera el sepelio, pero ella no quiso, porque quería que sus papás vieran cómo murió su hermanito.
Llegó el tercer día y los papás regresaron de la fiesta muy contentos; abrieron las puertas de la casa llamando a sus hijos, pero nadie salió; el papá volvió a gritar diciendo con emoción que había traído dulces de la fiesta, pero al terminar de hablar, solo salió la hija llena de llanto; los dos padres sorprendidos, escucharon a su hija, quien entre lágrimas, les contó lo que había pasado aquella triste noche: –Un niño desnudo que tenía los pies al revés, se acercó a mi hermanito y chupó algo de su cabeza, y cuando lo fui a despertar en la mañana, él no se movía-. El papá y la mamá soltaron las bolsas de dulces y corrieron hacia donde estaba el hijo; encontraron a su niño recostado en una tabla envuelto en manta, los papás comenzaron a llorar mucho y juraron matar a quien le había hecho eso a su hijo.
El cuerpo de aquel niño fue enterrado en el camposanto de la comunidad y después de haber pasado siete días de aquel entierro, el Niño de Hule regresó con su chiflido a rondar a las afueras de la casa. El señor al darse cuenta comenzó a vigilar noche con noche, hasta que en una de esas sorprendió al Niño de Hule sentado en la punta del árbol de capulín; el señor observó detalladamente lo que hacía; aquel ser extraño con figura de niño se comía todas las semillas de capulín y a su paso, dejaba los restos en el suelo. Así lo hizo varias veces el señor, hasta que hizo un plan para matarlo.
Llegada la madrugada, el señor se posó en el mejor lugar para esconderse, listo con el rifle para dispararle al Mu**to de Hule a la primera oportunidad que se presentase. No pasó mucho cuando escuchó el chiflido de aquel niño que venía de los montes. El señor esperó hasta que ese ser funesto estuviera distraído en el árbol de capulín, entonces salió decidido para matarlo, porque él o eso, fue quien asesinó a su hijo. Pero el Mu**to de Hule se puso a reír al percatarse de las intenciones de aquel señor diciéndole con una voz potente y fantasmal: -¡nadie puede matarme porque soy un ser inmortal!; el rifle que tu cargas en la mano no te servirá de nada-; al decir esto, bajó del árbol de capulín gritando que nadie podrá matarlo. El señor al escuchar esto, se llenó de rabia y comenzó a dispararle en la cabeza, en el pecho, en los pies, en donde sea; pero, en ese mismo momento, se dio cuenta que no le hacía nada, todas las balas traspasaban; luego el Mu**to de Hule se fue corriendo infantilmente entre el bosque hasta que el señor lo perdió de vista.
Al día siguiente, el padre y la madre decidieron visitar a un sabio anciano de la aldea conocedor de las cosas sobrenaturales para darse una idea de lo que había pasado. El anciano al terminar de escuchar su trágica historia, les contestó: -el Niño de Hule nunca lo podrán matar porqué es un niño que no tiene una vida como nosotros, por eso puede aparecer y desaparecer y nadie lo podrá matar, aunque sea con la mejor arma, pero se puede hacer algo-. El anciano les recomendó hacerle una trampa para que, nunca jamás, volviera a su casa y la familia pudiera vivir en paz: –deben conseguir un madero de jonote, quitarle la cáscara y con eso tienen que azotar al Mu**to de Hule en su espalda y todas partes de su cuerpo-.
El señor siguiendo las instrucciones del anciano, ya puesta la noche, regresó en donde estaban los arboles de capulín llevando en la mano la cascara de jonote y su machete, después de pasado un tiempo, se percató que el Niño de Hule ya había llegado como de costumbre a aquel árbol. Nuevamente salió a enfrentarlo, exclamando que –esta vez sí te voy a vencer-. El ser errante al ver la cáscara de jonote se espantó, fue entonces cuando el señor aprovechó para azotarle su negra espalda hasta cansarse, fue cuando el Niño de Hule se fue de ese lugar, pero prometió volver cuando el señor menos se lo espere.
Anocheció y amaneció, el señor se fue a la milpa a trabajar y regresó hasta la tarde; cuando llegó a la casa, su esposa le sirvió de comer y en ese momento, empezó a preguntarse de cómo es que la cáscara de jonote había debilitado tanto al Mu**to de Hule; luego es que pensó que, si la cáscara de jonote lo debilitó, seguramente con un pedazo de jonote lo matará. Así que al día siguiente se fue a la milpa para buscar pedazos verdes de jonote para tenerlos listos cuando el Mu**to de Hule volviera a su casa. De esta manera, cuando iba en el camino, es que vio un árbol de jonote bien recto y aprovechó para cortarlo; no tardó mucho porque el árbol estaba cerca, y cuando regresó a su casa se lo contó a su esposa. La señora le preguntó: –¿qué harás con ese jonote?-; en lo que su esposo le respondió: -prepararé una trampa en el que el Mu**to de Hule morirá definitivamente-. El señor peló el jonote y lo talló en forma de espeque; esa misma tarde, lo puso por donde el Mu**to de Hule acostumbraba a treparse al capulín; ahí hizo un hueco y luego introdujo el pedazo de jonote dejando la punta hacia arriba para que pudiera enterrarse en el cuerpo del Mu**to de Hule, como el señor lo había planeado.
El Niño de Hule no dejó pasar otra noche y volvió donde estaban los capulines, pero cuando llegó, se dio cuenta que alrededor de la mata donde el acostumbraba a trepar, había pedazos de jonote enterrados con las puntas para arriba; él se dio cuenta que era una trampa, así que decidió subirse en otra mata de capulín para no pisar el pedazo de jonote que había enterrado el señor.
El señor de la casa al darse cuenta de la situación salió despacio, desenterró el pedazo de jonote y lo enterró cerca de la otra mata donde el niño de hule había subido, y él volvió a esconderse en el lugar donde estaba para observar lo que iba a pasar. No pasó mucho cuando una semilla de capulín entró en la cabeza hueca del Niño de Hule, y de tanto miedo saltó rápidamente sobre algunas ramas y cuando iba bajándose del árbol, terminó sentándose en el pedazo de jonote traspasando todo su cuerpo de hule desde la cola hasta la cabeza, pero no le salió sangre; el señor se dio cuenta que de la nada, el Niño de Hule se desapareció entre polvos, dejando seco el pedazo de jonote.
A la mañana siguiente, su esposa le preguntó lo que había pasado y él le contó todo lo que había sucedido en la madrugada. Después de desayunar, el señor afiló su machete y se fue por donde estaban los capulines y comenzó a cortar uno por uno, cuando terminó, les prendió fuego, esperando hasta que sólo quedaran las cenizas y luego regresó a su casa. Al llegar, le dijo a su esposa: -no puedo vivir en un lugar donde mi hijo fue asesinado por un ser del que se desconoce su origen-; a lo que su esposa le contestó: –no te preocupes porque no viviremos aquí por mucho tiempo-.
Así que decidieron abandonar su casa; la señora le regaló todos los pollos que tenía a su vecina, y le pidió que le echara ojo a la casa de ser necesario y al día siguiente se despidieron de sus vecinos. Aún sin poder superar la muerte de su hijo, se fueron a vivir en la ciudad a iniciar una vida diferente, sin el temor de tener cerca al Mu**to de Hule y perder a la única hija que les quedaba.
Aunque lo cierto es que el Niño de Hule nunca murió y nunca se morirá, sólo se le ve cerca de los grandes árboles y los hogares alejadas; es por eso que ahora, que hay más casas y menos árboles, al Mu**to de Hule no se le ve cerca, porque le tiene miedo a la luz, a las imágenes, al agua bendita y al alcohol; sin embargo, en aquellos lugares más alejados, donde hay árboles de capulín, todavía aparece, al menos, es lo que rumora entre los popolucas.
Agradecimiento a : Erasmo Rodríguez López |Jóvenes Pluma