Érase una doncella, que según dicen, era hija del rey. Vivía cerca de un arroyo llamado Axihtla, le gustaba salir por las tardes y g***r de la frescura del lugar, del canto de los pájaros y del aroma de las flores. A ese lugar llegaba todos los días un enorme pájaro de plumaje rojo vivo el cual escuchaba cantar a la joven. Se dejaba acariciar por ella, y un buen día, radiante de felicidad ella lo puso en su pecho, pero enfermó de niño (se embarazó) y dio a luz una robusta criatura.
Esto con el disgusto de sus padres que no creyeron semejante historia. Se cree que el dios Ehécatl, dios del viento fue quien se convirtió en pájaro para seducir a la princesa.
El padre muy enojado, se deshizo del niño abandonándolo en un hormiguero, pero las hormigas lo alimentaron poniendo gotas de miel en su boca. Al día siguiente, como vio que no había mu**to lo puso entre las pencas de un maguey, pero al mirar al otro día, vio que de las pencas corrían hilillos de aguamiel y lo cubrían del quemante sol. Por fin, dentro de una cesta lo dejó junto al arroyo para que se lo llevara la corriente pero la cesta se detuvo cerca de un pedrusco en donde fue encontrado por un matrimonio de ancianos.
Tepoztécatl, que no era otro sino aquel niño. Creció al lado de sus padres adoptivos, les tuvo cariño, respeto, los obedeció y cuidó como si fueran sus padres legítimos. Tepoztécatl fue creciendo y aprendiendo el manejo de las armas necesarias para la cacería, ya que en aquel entonces abundaban diversos animales en las montañas y cañadas, tenía que alimentar a sus padres, quienes a su vez le enseñaban el curso de los astros, la utilización de las plantas medicinales, el labrar de la tierra y el cultivo del huerto, en fin, todo lo que sabían.
En Xochicalco había un monstruo llamado Xochicálcatl que ferozmente exigía a las poblaciones cercanas le llevaran víctimas para saciar su hambre, pues de lo contrario acabaría con todos los pueblos. En determinadas fechas cada pueblo tenía que enviar un individuo de edad avanzada. Cuando le tocó al padre adoptivo del Tepoztécatl ser devorado, este no lo permitió y lo convenció para que lo dejara ir en su lugar a enfrentase al monstruo. Salió pues Tepoztécatl para ese lugar, ante el temor de sus padres y de todos los que habitaban el pueblo, pensaban que no volverían a verlo pues apenas contaba entre 14 y 15 años.
Como ya dijimos, era hijo de un dios y tenía ciertos poderes: por el camino convirtió a tres de los guardias del monstruo en peñascos (que aún existen) y los llamó Texcatepetl, Texihuiltepetl y Tlamatepetl.
Al pasar cerca de la saliente de un cerro, pensó que si podía perforarla sería señal de que triunfaría en la aventura. Se arrojó contra el tepetate y utilizando sus potentes brazos le fue fácil perforarlo, y como le gustó el sitio, abrió un boquete en lo mas alto para poder mirar el sol en el día, y en las noches, las estrellas. Todavía puede observarse la oquedad que formó de esta manera, así como la que dicen ser la huella de una rodilla y la de un pie.
Durante su recorrido de Tepoztlán a Xochicalco fue recogiendo pedazos filosos de obsidiana, que también les llaman itztlis (llamadas sociedad de las estrellas, pues son negras) y llenó con ellas su morral. Al llegar a Xochicalco, fue tragado por el monstruo voraz que ni siquiera llegó a masticarlo, pero Tepoztécatl sacó las navajas de obsidiana de su morral y cortó con ellas las entrañas del monstruo, que murió en medio de terribles convulsiones, saliendo él ileso y elevándose una gran nube de humo blanco, señal con la que había dicho que avisaría de su triunfo, pues si hubiera sido negro el humo, significaría su derrota.
Al notar los tepoztecos el humo blanco que salía de Xochicalco, se llenaron de enorme júbilo. De inmediato se organizaron festejos para celebrar el triunfo sobre el monstruo, ya que con su muerte se acababa el vasallaje al que se sometían los pueblos circundantes y la ofrenda de personas que tenían que hacer.
Fue recibido al son del teponaztli y de la chirimia, pero como iba con las ropas sucias no le dieron comida suculenta. Pero cuando lo recibieron con vestiduras apropiadas para los días de fiesta grande y se presentó limpio y vestido con fausto, le ofrecieron tamales, moles y otras viandas magnificas; él sin embargo, no quiso tomarlas sino que las arrojó sobre sus vestiduras diciendo:
Dando con ello una hermosa lección a los de Cuernavaca.