20/02/2023
Cada año desde la época de la civilización incaica, el puente colgante de Q'eswachaka sobre el río Apurímac en Perú es destruido y reemplazado por uno nuevo, que se teje a mano únicamente con fibras naturales
Hay miembros de las comunidades de Huinchiri, Chaupibanda, Choccayhua y Ccollana en el distrito de Quehue (Cusco) que llevan trabajando en el puente de Q’eswachaka 50 años seguidos, puede que más. Pese a lo que pudiera dar a entender la afirmación, no se trata de una faraónica obra de ingeniería. Lo que sucede es que cada año la pasarela sobre el río Apurímac, a 3.792 metros sobre el nivel del mar, se destruye y se alza de nuevo.
Tejido a mano, elaborado con fibras vegetales y sin emplear ninguna tecnología para su construcción, este puente colgante de 28 metros de largo y que se eleva 18 metros sobre el caudaloso Apurímac es un vestigio de la historia, la última pasarela superviviente sobre este río de una red vial de caminos que contribuyó a la expansión del Imperio Inca.
Denominada Qhapaq Ñan, esta red está considerada a día de hoy una de las mejores obras de ingeniería de toda la historia y permitió unir localidades alejadas del Tahuantinsuyo, el Imperio Incaico que unía los territorios de lo que hoy son Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina a través de una serie de senderos.
Dado lo accidentado de la geografía andina, fue necesaria la construcción de puentes que permitieran conectar estos caminos. Se hicieron de piedra, de madera y paja y, como en el caso de Q’eswachaka, puentes colgantes construidos únicamente con fibras vegetales.
Reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco desde 2013, el Q´eswachaka es legado de aquel imperio y aquellas construcciones, pero también un símbolo vivo de cultura, comunidad y respeto a los ancestros.
Cada año, la segunda semana de junio tiene lugar la renovación integral de este puente. Es entonces cuando los miembros de las comunidades Huinchiri, Chaupibanda, Choccayhua y Ccollana se reúnen para honrar a la tierra a través de un rito que, generación tras generación, ha transmitido su sabiduría y cultura.
Aunque hoy existen otros métodos para conectar sus pueblos y ciudades, el puente sigue representando algo más profundo: la relación del hombre con la naturaleza y la espiritualidad, pero también el trabajo comunitario, un concepto que entronca con la minka incaica y que sirve para estrechar los vínculos entre comunidades.
Así como la cosecha sucede a la siembra y la esquila sucede a la crianza de las ovejas, en el ciclo natural de la vida ciertas obras arquitectónicas deben ser sustituidas por otras. De este modo, la construcción de un nuevo puente ejemplif**a la renovación e inaugura un nuevo año.
Actualmente, el puente sigue representando la vigencia de la unión de las personas con su tierra y con su historia ya presente en la cosmovisión andina. La renovación anual del Q’eswachaka constituye el elemento central en la cohesión social de las comunidades participantes y es vital en la conformación de su identidad cultural.
La ceremonia de renovación de este singular puente, que se extiende a lo largo de tres días, se inicia con el corte del puente anterior, cuyos restos se dejan caer al río.
A continuación, mujeres y niños inician la recolección del qoya-ichu o material de paja que será utilizado para la elaboración de las bases del nuevo puente.
Una vez secada al sol, machacada, estirada y aplanada, se trenza la fibra vegetal, con la que se elaboran largas y finas cuerdas (queswas) que, después, serán torcidas y trenzadas de nuevo.
Las sogas finas se utilizarán como pasamanos, mientras que las más gruesas, llamadas duros, formarán la estructura y el suelo del puente.
A continuación, los cabos de las nuevas cuerdas se amarran a las bases de piedra en cada extremo del desfiladero (recordemos, a más de 3.000 metros de altura).
Poco a poco se empieza a tejer el nuevo puente de mano de los Chakaruwaq (portadores del saber ancestral) que van de un extremo a otro hasta que se encuentran en el centro del puente.
La tarea continúa con la colocación de una larguísima alfombra, hecha de ramas, con la que se cubre totalmente el suelo de la plataforma.
Dos expertos en tejer puentes de coya y un sacerdote andino, que se encarga de brindar ofrendas a la Pachamama y a los Apus buscando protección y prosperidad para los miembros de la comunidad, dirigen toda la tarea.
Una vez concluido el puente, los líderes pronuncian un discurso e inician las plegarias de agradecimiento.
Con el nuevo Q’eswachaka listo, al cuarto día llega el momento de la celebración y las felicitaciones entre los miembros de las comunidades. Durante toda la jornada tienen lugar bailes tradicionales acompañados de guisos y tragos con los que se honra una labor que, año tras año, hace que pasado, presente y futuro se unan bajo un mismo sol.
A nivel turístico, es posible acudir al distrito de Quehue y cruzar este puente único para sentir de primera mano cómo era atravesar la impresionante orografía de los Andes, así como maravillarse con unas vistas únicas.
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