28/07/2022
CRUZ DE SANTA ANA - Profanación y castigo.
En nuestra ciudad del Cusco vivía Doña Cornelia de la Peña, una mujer muy adinerada que tenía un hijo que respondía al nombre de Sebastián, el muchacho era un joven muy atractivo y llamaba la atención de toda mujer en edad casamentera. Sin embargo, Sebastián había decidido entregar su vida a Dios, hasta su pubertad se había desempeñado en el cargo de acolito en la parroquia de Santa Ana, después continuo con el cargo de Subdiácono (clérigo ordenado para servir en el altar) en la misma parroquia. Doña Cornelia estaba muy feliz por la decisión que había tomado su único hijo, en el futuro sería sacerdote, un gran honor para su apellido.
El Cusco se encontraba muy cerca al mes de Julio, y en el antiguo barrio de Carhuinca (Q’armenqa) o Santa Ana se estaban realizando los preparativos para la festividad en honor a la patrona del barrio. Curiosamente los mayordomos de ese entonces eran Don Lope de Miranda y su esposa Doña Griselda, la pareja decía tener decendencia directa española y que contaban con la simpatía del mismísimo rey de España y es por ello que tenían bajo su poder grandes propiedades en el barrio de Santa Ana, Don Lope era un hombre muy duro y estrictamente apegado a las normas de la iglesia, era el hombre mas temido en el barrio de Santa Ana, y peor aún en la semana santa puesto que era el encargado de dar chicotazos a cuanta persona pudiese puesto que solo así se acompañaba en el dolor al señor Jesucristo. Por su parte Doña Griselda hacía todo lo que su esposo tenía por voluntad. Ambos vivían junto a su hija a quien bautizaron con el nombre de Virginia, una muchacha tan dulce y hermosa que nadie se explicaba como pudo ser hija de Don Lope de Miranda.
Precisamente para hacer las coordinaciones del cargo central y festividad de la patrona del barrio, el párroco de Santa Ana hizo llamar a los mayordomos y compartir un desayuno, para que con lista en mano hagan que todos los que habían sido jurkados cumplan con sus obligaciones para la fiesta. En dicho desayuno estaban presentes el párroco, el subdiácono, la cocinera, la pareja de mayordomos junto a su hermosa hija. Definitivamente nadie se había percatado de las miradas que se daban Sebastián y Virginia, fue a lo que muchos llaman ‘amor a primera vista’, no hacia falta expresar palabra alguna, el lenguaje de miradas era suficiente, “que hermosa eres” parecía entender Virginia, “quisiera que me tomes en tus brazos” parecía entender Sebastián. Después de aquel desayuno, el subdiácono aprovechaba las constantes visitas que realizaba Virginia a la parroquia para entregarle notas de amor, sin que Doña Griselda se de cuenta, la hermosa muchacha por primera vez en su vida comenzaba a sentir los contradictorios juegos del amor. Un día Virginia leyó en una de las notas de Sebastián que estaba desesperado por verla, conversar con ella, y le pidió que acudiera al comedor de la parroquia un viernes a las 4 de la tarde, la muchacha nunca había salido sola de su casa, mucho menos para tener un encuentro con un joven desconocido. Aprovechó que sus padres cumplían un horario estricto en sus obligaciones, su padre solía reunirse con los caballeros de la ciudad todos los viernes por la tarde, y aquel mismo viernes Virginia debía acompañar a su madre a supervisar la elaboración de los detentes para la fiesta patronal que se aproximaba. La joven inquieta dijo que NO se sentía bien y prefería quedarse en casa. Sus padres no dudaron de ella y la dejaron sola. Una vez que Don Lope y Doña Griselda salieron de casa, la muchacha se puso su mejor vestido, se arregló como nunca antes lo había hecho, y con ciertos temores y al mismo tiempo ciertos impulsos, acudió a la cita con el subdiácono, quien cuando la vio entrar al comedor de la parroquia prácticamente a escondidas, se puso a sus pies y le dio un gran beso en la mano. La bella joven se derretía por dentro. Pero la hermosa escena fue interrumpida, Sebastián quedó muy asustado porque sabía que nadie más debería estar ahí, pero la cocinera Matilde había ingresado al comedor porque pensó haber dejado velas encendidas. El muchacho algo nervioso le dijo a la cocinera que la Srta. Virginia había ido en busca del párroco para confesarse, y que justo le decía que regresara en otro momento, la muchacha también nerviosa, solo atinó a decir “gracias, vuelvo en otro momento”.
A la mañana siguiente, Doña Griselda acudió a la parroquia en busca del sacerdote para que bendiga los detentes, y en eso se encontró con Matilde la cocinera quien no dudó en decirle “Doña Griselda, está muy bien que mande a confesar a su hija, pero NO está bien que reciba besos en la mano de jóvenes, así sea del subdiácono”. Griselda muy inquieta regresó a su casa y contó lo acontecido a su esposo.
Don Lope muy furioso golpeo de sobremanera a la indefensa Virginia, “yo no he criado a ninguna cualquiera que tiene encuentros con desconocidos, esto no lo olvidaras nunca”. Prohibiéndole la salida de su casa, la tenía prácticamente aprisionada y forzada a pedir disculpas por el gran pecado que su padre le dijo que cometió. La pobre muchacha mantenía un aspecto muy demacrado y echada al olvido.
Por otra parte, Don Lope había ordenado dar una golpiza muy severa al subdiácono, por poco lo matan aduciendo que había tratado de pervertir a un alma inocente y además lo hizo expulsar de la carrera eclesiástica que había elegido.
A pesar de todo, el muchacho nunca se arrepintió del gran amor que sentía por Virginia, es por ello que regresó a su casa y le pidió perdón a Doña Cornelia de la Peña (su madre), por haber cambiado la dirección de su futuro, ya no quería ser sacerdote y más bien tenía la intención de casarse con Virginia de Miranda. La comprensiva madre entendió a Sebastián, y a la mañana siguiente ambos fueron en dirección de Santa Ana, llevando presentes costosísimos y al mismo tiempo pedir la mano de Virginia en matrimonio.
El aun enfadado Don Lope se negó rotundamente entregar a su hija en matrimonio, fue muy grosero con Doña Cornelia y le dijo que nunca mas se atreva a volver a su casa.
La frustrada Doña Cornelia, veía con mucha tristeza el sufrimiento de su hijo, así es que para evitarle la tristeza le dijo que lo ayudaría a raptar a la muchacha, y juntos puedan escapar rumbo a la felicidad. En complicidad de mandaderas y sirvientes de la casa de Don Lope, los de la Peña habían tramado un plan de escape, ayudarían a Sebastián ingresar a la habitación de la muchacha quien andaba muy deprimida y al borde del colapso.
Escogieron el 26 de Julio como fecha de escape, puesto que los padres de su amada estarían muy ocupados siendo mayordomos de la fiesta central del barrio y no sería difícil cumplir con lo planeado. Fatalmente Virginia también había elegido la misma fecha para tomar hierbas venenosas en protesta a su desdicha. Cuando Sebastián ingresó en su habitación encontró el cuerpo inerte de su amada lo cual le lleno de mucha tristeza.
Don Lope muy triste por lo acontecido, había ordenado velar el cuerpo de su hija en el frontis del Templo de Santa Ana, y prohibió rotundamente que Sebastián o cualquier miembro de la familia De la Peña pueda acudir al velorio. Sin embargo, el joven enamorado acudió al velorio con un poncho y un sombrero para no ser reconocido, y cuando todos se habían retirado, fue el único que se quedó observando el cuerpo de su amada, parecía que solo dormía y no pudo evitar recostarse a su lado. A la mañana siguiente los deudos que acudían al acto del entierro, vieron que la difunta no estaba sola, había otro cuerpo inerte a su lado, se trataba de Sebastián quien había decidido seguir a su amada en el camino a la eternidad. Don Lope consideró un insulto lo que había hecho el joven enamorado, y las autoridades eclesiásticas ordenaron colocar una cruz de piedra en este mismo lugar en nombre de la “profanación y castigo”.