12/07/2021
LA VERDADERA HISTORIA DE LA HUACACHINA
Hay muchas narraciones sobre la leyenda de la Huacachina, sobre la sirena y el espejo roto que se convierte en un oasis. O sobre la princesa que lloraba por su amado y fue vista por un cazador. Pero muy pocos cuentan la verdad. Dicha leyenda no es más que una brutal y repudiable violación. Pero ninguno de los historiadores lo puede narrar de esa forma. Ya que se distorsionaría la belleza del cuento de Huacachina. Y nadie, en su sano juicio, creo yo, escucharía y miraría con buenos ojos una leyenda de un deplorable abuso. Pero lo que les voy a contar no es solo la verdadera leyenda, sino, algo que en realidad sucedió.
Los primeros colonizadores de América comenzaron a llegar a diferentes puntos de Sudamérica. Con ello se desato una brutal guerra con los Incas y diversas etnias indígenas. En 1533 los españoles llegaron a “Ik” que significa en el dialecto Yunga, río, pozo, laguna. En ese mismo tiempo, el Inca Pachacutec le cambió de nombre denominándolo Ica. Como ahora todos lo conocemos. Ica, tenía y tiene un hermoso valle, ahora lleno de parrales de uvas y frondosas palmeras con dátiles, huarangos y árboles frutales. Sin dejar de mencionar su inmenso paraje desértico. Dentro de este valle estaban situados diversos poblados, todos agrícolas y despues vitivinícolas con la llegada de los Españoles. En un pueblo llamado Waylla, muy cerca al poblado de Cachiche, existía una hermosa mujer llamada Sumailla. Era la más hermosa de toda la región. De cabello largo lacio azabache, tez canela, nariz griega, ojos marrones profundos, de delicada y tersa piel como la de una rosa, de figura fina pero muy bien trazada, como si el más fino artesano hubiera dedicado toda su vida para esculpirla. Sin duda una hermosa dama, no solo por sus características físicas, sino que también por su bello corazón. Sus padres estaban detrás de ella todo el tiempo. Sabían de su gran belleza y no la querían dejar sola. Hasta que un día, su padre, que era orfebre, tuvo que irse a la guerra con el ejercito de Pachacutec. Ella, se quedó sola con su madre. Los días pasaban y pasaban, no había noticia de su padre. Su madre, deja sola a la muchacha en la casa para saber noticias de su amado. Antes de irse le dice que no se mueva del hogar, que ya venía pronto, que tan solo va a mandar un mensaje a su esposo. La muchacha, que solo tenía dieciocho años, le dijo a su mamá que no se iba a mover hasta que ella regresara. Su madre, le da un beso en la frente y se va. Las horas pasaban y no regresaba su mamá. Sumailla, preocupada, sale de la casa escabulléndose sigilosamente para que nadie la viera y comienza a caminar. Nunca había salido sola y mucho menos a andar por el valle tan lejos. Después de cruzar por un sendero de frondosos árboles de huarango y no encontrar a nadie, sale a un gran paraje de dunas e inmensas pampas. A lo lejos divisa una palmera con frondosos dátiles. Su curiosidad pudo más. Ella, sin miedo alguno se interna en los ardientes mantos dorados llegando hasta la palmera de dátiles. En el suelo, recoge varios frutos y se los come mientras se sienta en la sombra y apoya su espalda en la datilera. En la copa de dicha palmera se encontraba durmiendo una lechuza, ella se queda observándola. El día pasaba, el sol comenzaba a trasladarse por el sendero árido y dorado. Sumailla, decide que ya es hora de regresar a casa. Por su mente pasó que su mamá la estaba buscando. Se acomoda bien la túnica, se sacude la arena y comienza su camino hacia el bosque de huarangos. Al llegar al bosque siente el relincho de unos caballos acercándose. Ve a tres hombres, de pantalones azules, botas de cuero negro, armaduras plateadas en el pecho y rostros duros con barba tupida. Nunca había visto a tipos como ellos. Estos, la miran de una forma vulgar y grotesca. Hablan entre ellos en un idioma que la mujer no entendía. Ella, siente el miedo recorriendo todo su cuerpo, un sudor frío comienza a recorrer su delicado rostro. Sumailla se da media vuelta y sale corriendo con dirección a la datilera. Los tres hombres con sus caballos salen detrás de la muchacha. La maldad, la lujuria y el pecado la perseguían. Cae rendida a la arena. Estos tres sujetos descienden de sus caballos. Uno de ellos la agarra de la cintura y la carga en peso, ella luchaba por su vida como una indefensa vicuña ante un puma. Pero todo es en vano. La llevan hasta la palmera, es ahí, donde sacian sus más oscuras y bajas pasiones. Después de una hora de constante ultraje la dejan más mu**ta que viva. Ella, con su último aliento que le quedaba, dice entre lágrimas: ¡Oh, mi hermosa Diosa Coyllur, por favor, haz que muera pronto! La lechuza que se hallaba oculta en la datilera, desciende hacia donde la mujer. Este, abre sus alas y abraza la cabeza de la muchacha. “¿Deseas que esos hombres sean castigados por lo que te han hecho, hermosa Parwa?” (Parwa significa flor en Quechua) le dice la ploma lechuza a la desahuciada mujer. Sumailla, con profunda impotencia, amargura, odio y dolor grita a todo pulmón ¡SÍ! En ese momento, comenzó a brotar de las raíces de la palmera agua, salía y salía y no dejaba de salir el agua. El manto dorado se volvía movedizo. Los tres tipos, asustados y amarrándose bien los pantalones, trataban de escapar del lugar. Pero sus caballos se hundían cada vez más rápido en los finos granitos de arena. ¡Dios mío, ayúdanos! Gritaban. El agua llegó donde ellos, no podían moverse. El verdoso manantial llegó hasta sus cuellos. ¡Dios mío, por favor, ayúdanos! Entre su desesperación, ven salir del agua una gran cola oscura semejante a la de un pez. El miedo terminó de carcomer sus almas. Aparece la mujer, de una forma diferente y siniestra. Su rostro, dibujaba una profunda ira incontrolable. Cada uno de los hombres fue sumergido violentamente en el verdoso líquido. Los tres desaparecieron por completo. La lechuza sobrevolaba el oasis contemplando como Sumailla mataba a los tres humanos. Después, posa suavemente en la copa de la palmera. Desde ahí, observa a la mujer nadando descontroladamente por todo el pequeño lago. Gritaba de ira y cólera mientras se sumergía una y otra vez. Pasaron las horas, la noche se despierta por completo. Una hermosa y redonda luna aparece. Ella, se queda observando el inmenso astro. La lechuza baja hasta donde se encuentra la “mujer” > Los pobladores bautizaron dicho oasis como Huacca China, que en Quechua significa mujer llorando. Le colocaron ese nombre, porque continuamente pasado la medianoche se escucha a lo lejos un triste lamento de una mujer.
Y esa es la historia de la laguna de Huacachina. Una leyenda que no todos pueden contarlo. En la actualidad, mi hermosa parwa sigue oculta entre los juncos y verdosos mantos de un oasis nacido por una fatídica desgracia. A veces, en noches de plenilunio, mi hermosa Sumailla sale convertida en mujer, engatusando a hombres, para después, ahogarlos en su lago. Pero esa, esa es otra historia.
Escrita por: Alejandro Cavero Balta