01/03/2015
En español, la expresión “lujo asiático” viene a significar un lujo extremo, con un toque de extravagancia y solo alcanzable por los más privilegiados. Posiblemente, una de las máximas expresiones para esa calificación se encuentra al sur de Inglaterra, en la localidad de Brighton.
Más o menos hace un par de siglos, Brighton era una pequeña población de pescadores. Sin embargo, en un momento dado las clases acomodadas británicas comenzaron a acudir hasta allí para disfrutar de sus aguas termales y de su clima, extrañamente soleado y caluroso en los meses de verano.
Por supuesto, también eligieron Brighton como lugar de veraneo los miembros de la realeza británica, donde construyeron un palacete para sus vacaciones. Sin embargo, cuando llegó el príncipe regente Jorge IV decidió que esa villa palaciega tenía que ser remodelada y ampliada acorde a los tiempos y a su poderío. Fue entonces cuando le encargó a uno de los arquitectos más prestigiosos de la época, John Nash, el diseño y construcción del Royal Pavillion.
En esa obra, Nash materializó los sueños de grandeza del monarca creando un conjunto fastuoso cuyas formas recuerdan a la arquitectura de la India, con sus cúpulas bulbosas, sus celosías y sus arcos de herradura. Fue una forma de plasmar el creciente poderío del Imperio Británico en las lejanas tierras hindús.
No hace falta ser un experto en arte, ni un viajero empedernido, la evocación a la India le llega a cualquier visitante en cuanto se sitúa ante el Royal Pavillion. No obstante, al entrar a las estancias internas más elegantes, como el Salón de los Banquetes o el de la Música, se ve que su decoración es un viaje a China y otras zonas de oriente. Y es que el monarca hizo traer desde ultramar jarrones, sedas, tapices y todo tipo de objetos decorativos para convertir el edificio en un ecléctico derroche de poderío.
En la actualidad, una zona del palacio alberga el Brighton Museum and Art Gallery, donde además de obras de arte también se puede contemplar una amplia colección de artes decorativas de los cinco continentes, así como un amplio muestrario de zoología y ciencias naturales. En definitiva, todo muy del gusto británico.
Y es que Brighton es uno de los principales destinos vacacionales para los ingleses. Su cercanía a Londres, su benigna meteorología y sus aguas termales lo convirtieron en villa de recreo para la british high society en el pasado. Pero hoy es un destino de lo más popular que recibe a visitantes atraídos por los mismos motivos, a los que hay que sumar sus agradables playas, su efervescencia cultural manifestada en multitud de galerías de arte y festivales, y también su agitada vida nocturna.
Quién visite a Brighton comprobará todo esto al pasear por otro de sus lugares emblemáticos, el malecón victoriano conocido como Pier. El tercer muelle que ha tenido la ciudad. Porque hubo dos anteriores que se incendiaron. De hecho todavía se puede ver el esqueleto calcinado y casi fantasmal de uno de ellos frente a la playa.
Pues bien, tras la visita al Royal Pavillion, el Pier es el paseo obligado en Brighton. Desde ahí se contempla su playa donde son características sus casetas de colores en la zona de Dendy Street. También se puede subir hasta la vieja noria para tener una atractiva vista de la ciudad y de la costa.
No se trata de un paseo tranquilo, porque a cada paso aparecen artistas y músicos callejeros capaces de atraer la atención y las monedas de los viandantes. Igualmente son habituales los mercadillos ambulantes. Y desde luego, en el malecón se encuentran algunos de los pubs más animados y noctámbulos de todo el país.
En definitiva, si el Royal Pavillion fue el lujo asiático de Jorge IV, para los viajeros de hoy puede ser todo un lujo llegar a Brighton y disfrutar de una larga mañana de playa al sol, una tarde de paseos y compras, y para acabar, también una larga noche de pintas de cerveza.