09/03/2015
Un testimonio de 1915 sobre el saqueo de Machu Picchu
La historia del escandoloso expolio al que fueron sometidas de manera impune y vergonzosa las ruinas de Machu Picchu desde su ‘descubrimiento’ por la expedición a cargo de Hiram Bingham en 1911, es una de las páginas más oprobiosas de nuestra historia. Como una pequeña contribución a esa historia publicamos una carta que un cusqueño envió al diario El Comercio de Lima y que éste publicó en su sección El Día el 9 de junio de 1915.
El Día
Investigaciones arqueológicas inconvenientes
Últimamente publicamos en El Comercio los telegramas cambiados entre el ministro de Justicia y los prefectos de Puno y Cuzco, con motivo de las excavaciones arqueológicas que la comisión científica norteamericana presidida por el profesor Bingham, lleva a cabo en el Cuzco.
En esos telegramas, el ministro de Justicia ordenaba a los prefectos de Puno y Cuzco que advirtiesen, con sagacidad, a Bingham y a la comisión norteamericana que suspendieran todo trabajo de exploración arqueológico por carecer del correspondiente permiso; recomendándoles al mismo tiempo a esas autoridades políticas de los departamentos citados, que cuidasen de que no se realizaran las exportaciones de antigüedades peruanas, que según se aseguraba, llevaban a cabo los norteamericanos por la vía de Puno a Guaqui, para salir por Arica.
Ha hecho bien el ministro de justicia en ordenar a los prefectos de Puno y Cuzco que impidan las excavaciones arqueológicas practicadas por la comisión norteamericana, y que vigilen el depósito de las antigüedades peruanas ya extraídas: pues desde hace tiempo son muchas las acusaciones dirigidas contra el modo cómo se llevan a cabo las investigaciones de la comisión científica yanqui.
La verdad es que en este asunto de las comisiones extranjeras destinadas a hacer estudios científicos de arqueología patria, se necesita proceder con gran circunspección y cautela, porque la cosa se presta a múltiples abusos. Es útil y conveniente que los sabios de otros países descubran, interpreten y expliquen los puntos oscuros de nuestra historia precolombina, fundándose en el examen de las ruinas incaicas, y de los restos materiales de nuestra antigua civilización, que se hallan esparcidos y ocultos por diversas regiones de nuestro territorio patrio. Pero, el mismo tiempo, es aventurado entregar sin ningún control, a manos extranjeras, los trabajos de excavación que precisa llevar a cabo, para el logro de tales fines; pues se corre el peligro de que las antigüedades peruanas que aún encierra nuestro suelo, vayan desapareciendo poco a poco, para ir a enriquecer las colecciones de los museos europeos y norteamericanos, hasta que el Perú se convierta en el único país civilizado del mundo, en el que no haya antigüedades peruanas.
Un conocido caballero peruano, que acaba de hacer una excursión de estudio por las regiones históricas del Cuzco, permaneciendo varios meses en esos lugares y que ha tenido oportunidad de presenciar el modo como se han estado llevando a cabo las investigaciones arqueológicas de la comisión Bingham, nos dirige la carta que más abajo publicamos, especificando algunos de los abusos que, según el autor de la carta, cometen los miembros de la comisión norteamericana con el pretexto de sus investigaciones arqueológicas. Algunos de ellos son verdaderamente clamorosos, como el de las antigüedades peruanas arrancadas a los indios a vil precio con la amenaza de los gendarmes. Quizá haya cierta exageración en los términos de la carta, aunque la seriedad y circunspección de la persona que la ha escrito, inducen a presumir la verdad de su contenido; pero de todos modos, ya que el gobierno procediendo con cordura, ha decidido vigilar de cerca los trabajos de la comisión arqueológica norteamericana, debería proseguir con empeño en esa labor de control destinada a conservar las antigüedades patrias que aún nos quedan.
La carta a que nos hemos referido dice así:
Señores redactores de “El Comercio”,
Muy señores míos:
En 1911 vino al Perú la primera comisión de la Universidad de Yale, compuesta de ocho miembros y bajo la dirección del profesor Hiran Bingham. Con el permiso del respectivo gobierno del señor Leguía principió la comisión a hacer sus estudios geográficos y arqueológicos en el departamento del Cuzco.
Después de esta comisión han venido en años sucesivos otras, que de año en año han ido aumentando el número de sus miembros, llegando la actual a contar con cerca de veinte; todas estas comisiones han venido bajo la dirección del mismo señor Bingham.
La comisión está subvencionada por la Universidad de Yale y por la Sociedad Nacional Geográfica de los Estados Unidos. Ella tiene su cuartel general en Ollantaytambo; a su servicio está un gran número de operarios nacionales debidamente instruidos en las labores de excavaciones, pues en ellas no se puede utilizar a los indios que, por mera superstición, destruyen todos los objetos que extraen enteros. Son de propiedad de la comisión cincuenta mulos, por los cuales han pagado de Lp. quince a veinte por cada uno, que los utilizan en el transporte del producto de las excavaciones, de los lugares donde estas se realizan al cuartel de Ollantaytambo, de donde, una vez encajonados (en los cajones en que les llegan sus conservas), son transportados al Cuzco a lomo de mulo.
Antes se hacía la exportación por la vía Cuzco-Juliaca-Mollendo; pero habiendo llegado a saber el señor Billinghurst el negocio ilícito de los americanos, hizo detener en Mollendo uno de sus cargamentos, a la vez que les cancelaba el permiso que le había sido otorgado por el gobierno anterior para hacer excavaciones en los lugares que ellos quisiesen. Esto sucedió poco antes del derrocamiento del señor Billinghurst. Aprovechando de este acontecimiento y actuando de intermediario una fuerte casa comercial norteamericana, desapareció el referido cargamento y nadie volvió a hablar más del asunto.
Al presente los americanos hacen sus exportaciones por la Vía Cuzco-Puno-Guayaquil-La Paz- Arica, donde son embarcados para los Estados Unidos.
La comisión, en sus exploraciones, ha encontrado varias ruinas de poblaciones incaicas o preincaicas de gran importancia, que habían permanecido ignoradas hasta ahora, por encontrarse unas en lugares casi inaccesibles como Machupicchu y otras en plena montaña cubiertas enteramente por el bosque espeso e impenetrable, a las cuales han podido llegar solamente después de grandes esfuerzos y trabajos de machete, como por ejemplo a Vilcapampa; además puedo agregar: el templo de Yuracrumiuc, que fue el centro del culto de los incas después de la caída del Cuzco; Viccos, que en la primera época fue probablemente la residencia de uno de los últimos incas, el Inca Manco, y otros restos de ciudades de cierta importancia.
Desgraciadamente, hasta ahora no he podido ver ningún trabajo hecho por la comisión de Yale que pueda llamarse “estudio científico”; el señor Bingham se ha limitado a describir las antedichas ruinas y a hacer sobre ellas suposiciones antojadizas, por no estar basadas en ningún estudio serio.
Lo único hasta ahora aprovechable de los trabajos de la comisión es la labor de sus topógrafos; los planos levantados por ellos de las regiones del valle del Cuzco, del Vilcabamba y algunos otros, todos ellos de verdadero valor geográfico. Además, han hecho algunos trabajos en geología, entre ellos el descubrimiento de una planta y de una culebra, hechos por mi amigo el ingeniero Erdis: a ambos se les ha dado en los Estados Unidos nombre de Erdisica.
Lo positivo, lo que se ve en todos los sitios por donde ha pasado la comisión es la innumerable cantidad de excavaciones hechas por ella, el resultado de las cuales es guardado por sus miembros en el secreto más absoluto. Todo lo extraído, todos esos objetos de positivo valor material e histórico han salido del país para ir a enriquecer los museos americanos.
Quiero suponer, que todo lo exportado haya sido previamente catalogado, con una descripción detallada del objeto, lugar y forma en que fue encontrado y demás datos imprescindibles que puedan ser aprovechados en el futuro, para cuando una comisión verdaderamente científica y no especuladora desee investigar la civilización y costumbres de los antiguos habitantes del Perú.
Hablando con el señor Bingham, díjome: “Que tiene la intención de establecer un museo en Ollantaytambo, que contenga todo el resultado de sus excavaciones”. ¡Qué bueno es el señor Bingham! Hace ya cuatro años que está por amor a la ciencia, sacrificando su vida en hacer excavaciones en el Cuzco, y hasta ahora no ha podido reunir en Ollantaytambo sino unos cuantos objetos con los cuales va a establecer un museo.
Estos sabios no se limitan solamente a extraer todo loo que pueden, sino que también, abusando de su carácter semioficial y apoyados por los gendarmes que van custodiándolos, recorren los pueblos de choza en choza y presentándose como excursionistas, piden se les venda antigüedades. Los indios, deseosos de conseguir un buen precio, muestran al extranjero lo que tienen creyendo conseguir de éstos más ventajas que de otro cualquiera; pero una vez visto y en su poder el objeto, se dicen los americanos enviados por el gobierno, dueño de todas las antigüedades para recabarlas, y les ofrecen veinte o treinta centavos por vía de indemnización. Si el indio protesta, el gendarme interviene y amenaza. La mayor parte de las veces no se les abona en dinero, sino que se intercambian con conservas u otros objetos de poco valor los objetos que los indios ofrecen en venta: de esta manera, los americanos consiguen objetos de gran valor, como son los de oro y plata, por sumas insignificantes.
En una de las principales joyerías de Arequipa, un arriero de los que sirven a estos señores, vendió un ídolo de oro en veinte libras peruanas, y el joyero lo negoció después a un extranjero con el ciento por ciento de utilidad.
Hace cosa de un mes, cuando estuve por esas regiones, encontré en Ollantaytambo a dos o tres miembros de la comisión, a otros en Pampajahuanay en Torontoy haciendo excavaciones, y los demás miembros de ella se habían internado en la montaña.
Es hora de que le gobierno se dé cuenta que, encubiertos por uno o dos hombres de ciencia, llegan al país doce o quince con el exclusivo objeto de despojarnos poco a poco de todas las antigüedades que caen en su poder, para exportarlos clandestinamente a su país. No podemos seguir permitiendo este negocio que nos reporta ingentes e irreparables pérdidas.
Si ellos desean trabajar para la ciencia y por verdadero interés histórico hacer estudios en nuestros monumentos, no podemos ni debemos negarle nuestro apoyo. Pero ahora que ellos han faltado muchas veces a su palabra, es necesario que al permitírselo hacer esos estudios, se les obligue a admitir en la comisión a varios jóvenes peruanos que puedan llevar el control de sus trabajos.
Si el objeto que los trae aquí no es el científico, sino que abusando de nuestra ignorancia (?) y condescendencia, desean solamente el lucro, nosotros no podemos permitírselo; que se vayan en buena hora: ya llegará el día en que nosotros, con nuestros propios recursos, podamos investigar la historia de los antiguos peruanos y extraer de las ruinas lo poco que en ellas queda y que no se lo han llevado, porque no lo han encontrado.
A.P.P.
Lima, junio de 1915