11/06/2024
Soy de Macuspana, Tabasco, de un poblado conocido como El Congo. Mi papá solía contar una historia de cuando él era niño, a finales de los años 80. En ese entonces, el poblado estaba compuesto mayoritariamente por lomas y apenas había calles de terracería. Mi papá trabajaba en el campo con su tío, haciendo y limpiando milpas.
Un día, su tío no pudo acompañarlo al trabajo, pero mi papá cumplió con su deber y fue solo. Antes de partir, su tío le advirtió que tuviera cuidado y que no cruzara el puente del Corozal muy tarde, casi entrando la noche, ya que era peligroso. Mi papá, entonces de apenas unos 10 años, invitó a tres de sus primos a acompañarlo. Ensillaron dos caballos y se montaron dos en cada uno, dirigiéndose a la parcela donde trabajaban.
Después de terminar su trabajo, alrededor de las seis de la tarde, emprendieron el regreso al poblado. En el camino, tuvieron que cruzar el puente del Corozal, un pequeño puente sobre un arroyo rodeado de muchos árboles de corozo. Uno de sus primos sugirió que se dieran un baño en el arroyo, y, como niños que eran, bajaron al arroyo, amarraron a los caballos y se pusieron a jugar en el agua, olvidándose del tiempo.
De repente, mi papá recordó la advertencia de su tío justo cuando un viento muy fuerte comenzó a soplar. Los árboles de corozo se movían violentamente y los caballos empezaron a relinchar y a pararse en dos patas, como si quisieran huir. Asustados, mi papá y sus primos salieron corriendo del arroyo, soltaron a los caballos y se montaron en ellos apresuradamente. Los caballos corrieron tan rápido que apenas podían sostenerse.
Después de un rato, lograron parar a los caballos, que relincharon y los tiraron al suelo. Al levantarse, miraron hacia atrás y vieron a un charro vestido de negro, elegante, con espuelas, sombrero y montando un gran caballo negro. El charro los observó fijamente antes de cruzar el puente y desaparecer en la oscuridad.
Más tarde, se encontraron con un conocido del pueblo que también pasaba por allí a esa hora. Le preguntaron si había visto al charro montado en el caballo negro, pero él les dijo que no había visto a nadie. Al contarle lo sucedido, el hombre les dijo: "Muchachos, ustedes se toparon con el mismísimo Charro Negro. Tuvieron suerte, ya que aquellos que se lo topan no suelen vivir para contarlo."
Cuando llegaron a casa y le contaron la historia a su tío, él les recordó que por eso les había advertido no pasar muy tarde por el puente, ya que en "la hora prohibida", el Charro Negro cruza el puente galopando su caballo negro. Esa experiencia quedó grabada en mi papá y sus primos, y hasta hoy, a sus 47 años, sigue contando esa anécdota.
Siendo adolescente, cuando tenía 14 años, yo también pasé varias veces por ese puente al regresar de buscar leña. Una vez, ya de noche, experimenté el fuerte viento que se concentra en el puente y escuché un caballo relinchar, pero nunca vi aquello que mi papá y sus primos vieron. En 2020, ese puente fue destruido, y hoy en día solo queda el arroyo.
Historia de Charly Javier Hernández.